LA CASA ENTRE LOS CACTUS, película de Carlota González-Adrio, 2022
Traducción adaptada de Véronique Gille
Duración: 88 min.
Año: 2022
País: España
Dirección: Carlota González-Adrio
Guion: Paul Pen
Música: Zeltia Montes
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Ariadna Gil, Daniel Grao, Ricardo Gómez, Zoe Arnao, Aina Picarolo, Anna Ruiz Solera, Carla Ruiz Solera, Judith Fernández, Marga Arnau
Género: Thriller. Intriga.
Adaptación de la novela epónima del escritor madrileño Paul Pen -también guionista de la película- este largometraje sumerge al espectador en la vida de una pareja, Rosa y Emilio, adeptos A una vida marginal. Cinco hijas con nombres de flores –Lis, Iris, Melissa, Dalia y Margarita– hacen de Rosa y Emilio padres felices. Es una familia sencilla, afanosa, que ha vuelto la espalda a la civilización y vive en un nido familiar de ternura, de complicidad compartida… pero también de silencio. Rápidamente entiende el espectador que las apariencias engañan.
Ese mundo entrañable vive en una granja aislada y protegida por cactus mortíferos. Los padres imponen a su prole dócil un modo de vida autárquico cercano a la naturaleza: Rosa trabaja en el jardín y cocina, Emilio vende los productos cosechados en el mercado del pueblo y cuando vuelve a casa, está dedicado a entretener a sus hijas que no están escolarizadas. Pero lo que parece al inicio del filme un himno a la libertad, una oda a la naturaleza, un espejismo sesenta ochentista o una aspiración al decrecimiento se derrumba cuando muere una de las hijas a raíz de un accidente.



Ese recorrido fuera de las normas se resquebraja y lo que parece libertad resulta ser yugo. Las iras de Iris y el cuestionamiento de Melissa son las mejores representaciones de esta interpretación de la película. Esta toma una nueva dimensión que arroja luz sobre el egoísmo perverso de los padres y pone al descubierto su psicorigidez. Rigen a su familia como una matriarca y un patriarca sectarios y no pueden sino ocasionar una inevitable resistencia por parte de sus hijas adolescentes y del espectador. Melissa e Iris se debaten entre el amor profesado a sus padres y su deseo de verdad. Ese deseo es el punto culminante de las últimas escenas del filme.
La cineasta, Carlota González-Adrio, muestra con detalles insistentes el intento desenfrenado de Rosa y Emilio de escudarse y parapetarse detrás de las apariencias. Efectivamente el espectador percibe la lenta subida de la paranoia: Emilio la expresa con comportamientos violentos e impulsivos que sugieren su incapacidad a ponerse en tela de juicio e igualmente las expresiones del rostro de Rosa pasan a ser de inquietas a inquietantes. La cineasta tiene en vilo al espectador en este enfrentamiento psicológico merced a una dirección de actores infalible. Todos se muestran convincentes y algunos –Ariadna Gil, Daniel Grao y Zoe Arnao– son capaces de una actuación natural que se acerca a la improvisación.



Por eso la película parece abrazar en sus inicios (sin que el espectador sepa exactamente por qué) la causa de los protagonistas, describiéndolos como personas instruidas, apegadas a valores fuertes con principios morales rigurosos que paradójicamente los han llevado a cometer crímenes imperdonables. La cineasta consigue mantener un equilibrio entre un soplo novelesco, un leve lirismo naïf y una sobriedad, evitando que el filme se hunda en una película de tesis indigerible porque elimina las apariencias que al principio hizo admitir y creer. Es una familia en la que impera un disfuncionamiento que representan los cristales resquebrajados, la chapa abollada y los gritos, símbolos de las mentiras que Rosa y Emilio mantienen y transfieren a sus hijas.
Sin embargo la flaqueza del filme radica en la aproximación o mejor dicho la falta de aproximación al tema de la filiación. ¿Será una familia una verdadera familia sólo porque se elige nombrarla y vivirla así o sólo será legítima porque viene inscrita en el registro civil y en el ADN? El espectador adivina que lo que está viendo es una crónica de amor errado y absoluto, luego por esencia malsano. Cierto es, la vida rebosa en esa casa que cobija y ampara a la tribu, pero esa casa-nido a la vez protectora y frágil, mullida e incómoda está construida en una mentira vuelta normal y (casi) olvidada por sus instigadores. Son vidas arregladas -como la de las gemelas que deben evitar que se las vea juntas-, pero extrañamente sólidas.
La directora elige prestar particular atención a los personajes muy bien interpretados. Toma posición cerca de los rostros, los cuerpos heridos, pero siempre a distancia púdica. Filma la seriedad de una madurez precoz (Iris y Melissa), la suavidad de las pieles (Dalia y Margarita), los matices psicológicos de las caras y por eso su película se divide en dos partes: lo cálido y lo frío. Lo sano y lo malsano. Dos sensaciones antagonistas, pues frente a la norma, al orden de las cosas representado por la maestra Mila y Rafa, la justicia de Rosa y Emilio no encuentra su sitio y la moral tampoco. Muchos dolores no acaban de decirse porque es lo mejor, o de lo contrario sería sencillamente inaguantable. Sin la apariencia de buen grado sonriente de las comidas animadas y de los intercambios cómplices, Rosa y Emilio no podrían sobrevivir. Sin embargo, algunos aspectos de la sociedad española de los años setenta escapan a la directora y es una lástima.



Con la llegada de Rafa como elemento perturbador surgido del mundo exterior aborrecido y tremendamente temido, todo vuelve a desmoronarse. Los coches arden, los parabrisas se rompen en mil pedazos cortantes como cuchillos o espinas de cactus. La directora prefiere las alusiones y las observaciones reveladoras a las aclaraciones. Nada es lo que parece ser. En efecto Rafa arriesga el equilibrio ambiente, pues éste fue creado artificial e ilegítimamente. Rafa es el alborotador que trae el desorden temido por Rosa y Emilio. Por encima de todo. Las primeras imágenes de la película dan cuenta de ello: son un cuadro de felicidad familiar común -un padre y su hija sobre un fondo de mercado rural-, armonía vital quebrantada por la tragedia, pero esa armonía es restablecida unos meses más tarde. El único recuerdo del drama es una cruz plantada en el jardín familiar.
Pues todo vuelve a ese orden establecido e inalterable cuando irrumpe Rafa inadmisible en su seno. De improviso él causa una nueva ruptura porque amenaza e inquieta por su curiosidad, su osadía, su secreto, pero antes que nada porque representa el exterior que profana ese mundo interior que debe seguir siendo oculto. Absolutamente. Su surgimiento teje una angustia que acaba por resolverse. Por un instante perturbado por esa aparición, el orden vuelve con la eliminación del provocador. Por segunda vez el orden recupera sus apariencias y cancela la ruina de la pareja… a no ser que a pesar de todo ese surgimiento haya desembocado en un descanso falsamente inofensivo, señal de que el peligro sembrado por el extranjero (fuerte y decisivamente inquietante para uno de los personajes) pronto estará de regreso para sacar a la luz toda la verdad. La casa entre los cactus es una película que permanece en la memoria. Es la ópera prima de una cineasta con un futuro prometedor.


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- El thriller «LA CASA ENTRE LOS CACTUS» clausurará la sección Made in Spain. Podeís ver el tráiler pulsando aquí.
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