Película de François OZON, Francia, 2023
BCN FILM FEST 20 abril-28 abril 2023
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 102 min.
Año: 2023
País: Francia
Dirección: François Ozon
Guion: François Ozon, Philippe Piazzo. Obra: Georges Berr, Louis Verneuil
Música: Philippe Rombi
Fotografía: Manuel Dacosse
Reparto: Nadia Tereszkiewicz, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, Dany Boon, Jean-Christophe Bouvet, Rebecca Marder, Michel Fau, Radostina Rogliano, Félix Lefebvre, Edouard Sulpice, André Dussollier, Olivier Broche, Franck de la Personne, Evelyne Buyle, Régis Laspalès, Daniel Prévost, Myriam Boyer, Suzanne De Baecque, Lucía Sánchez, Jean-Claude Bolle-Reddat, Dominique Besnehard
Género: Comedia. Intriga. Crimen. Años 30
Como dice el dicho popular, las mejores sopas se hacen en ollas viejas. El dicho de François Ozon podría decir que las mejores películas se hacen en vodeviles viejos. Mi crimen, película inspirada en la obra epónima de Georges Berr y Louis Verneuil escrita en 1934, redescubre el encanto de los vodeviles de antaño con sabrosos diálogos mientras vuelve a los fundamentos del cine de François Ozon. Desde el principio, anuncia el color y marca el tono gracioso del tema. El cineasta se apropia con mucha libertad de uno de sus temas favoritos: la condición femenina y cierra así su trilogía tras Ocho mujeres (2001) y Potiche, mujeres al poder (2010).
El cineasta, sin embargo, tiene gusto por la mezcla. Su película ofrece una reflexión sobre la condición de la mujer, pasada y presente, sobre el poder masculino y los medios de comunicación. Todo está pasando en los años treinta, pero todo está pasando también hoy. En efecto, el director se precipita en el mundo de los años 30, en sus injusticias, sus mentiras y, gracias a la mecánica de la comedia y el burlesque, frena un sistema capaz, ayer como hoy, de aplastar a las mujeres. Pero al menos deja espacio a sus actrices (las jóvenes Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, llenas de petulancia) al darles todas las palabras posibles para expresar su esencial y tan normal libertad en una sociedad bienpensante y mojigata.


En la película conviven varios temas: el acoso de los poderosos, la condición de la mujer -actriz o no-, las normas sociales, las relaciones de pareja, el envilecimiento de la justicia, el emergente yugo de los medios, pero también el final de una era arrebatada por los “tiempos modernos” a través del personaje de Odette Chaumette. Es por tanto una camarilla heterogénea la que se aglomera en la película. Los actores despliegan todos sus recursos -numerosos, numerosísimos- para hacer reír al espectador. Y lo consiguen en este hermoso homenaje al coraje de la mujer, a la lengua francesa cuyas palabras embriagan a la mente (¿cómo no pensar en Georges Feydeau?), a la gran Sarah Bernhardt excelentemente interpretada por una radiante Isabelle Huppert y a…la ñoñería de los hombres.



La película muestra situaciones perturbadas y perturbadoras como las dificultades de vivir dignamente para las actrices, que muchas veces son acosadas por productores emprendedores, incapaces de entender y aceptar que las mujeres hacen cosas para no tener que oírse gritar. Pero las mujeres de François Ozon son chispeantes, traviesas y ambiciosas, nunca realmente sumisas. La intrusa más deliciosa, la más alborotadora de todas es Odette Chaumette bajo la apariencia de Isabelle Huppert que suma a la comedia, el burlesque y se apodera de su personaje con gran alegría. Entonces nos decimos a nosotros mismos que nadie sufrirá de un abuso de la risa y que no se impondrá ninguna contraindicación. Con su traje de Belle Époque, la actriz llena la última parte de la película que se convierte en un pináculo del vodevil. Las tragicomedias vividas por Madeleine y Pauline, las otras dos protagonistas, son empujadas por la vena humorística. Otra gran idea es que Dany Boon, el chico del norte de Francia, hable con un travieso acento marsellés en el papel de Palmarède, el único personaje masculino comprensivo de la película. Sí, la película es ingeniosa, inteligente. Su registro cómico está muy bien servido por la música viva, dinámica y cómplice de Philippe Rombi. Este registro nunca se abandona, siendo una de sus principales cualidades. No hay vacío y todo está en su lugar. Es cine-teatro con una faena espeluznante que ofrece, gracias a sus muy buenos actores que lo dan todo, un juego de matanza jubiloso. La puesta en escena es de una alegría chispeante y enérgica, logrando dejar adivinar bajo la máscara de la farsa el rostro deforme de la villanía y la venalidad.
Todo aparece de la perdurabilidad de la crítica social, por lo que rápidamente comprendemos que no es el hábito el que hace al cabrón y que los empresarios de hoy son los de ayer. Los burgueses se lo toman por su rango en este vodevil terriblemente realista: el juez Richter (el fabuloso Fabrice Luchini), el jefe Bonnard (el incomparable André Dussolier) y hasta el amante André (el inesperado Édouard Sulpice) no escapan al brío del director. Los hombres son estúpidos, débiles y codiciosos. Las mujeres no son atolondradas, sino clarividentes y sagaces. El espectador no puede resistirse al ingenio del desenlace urdido por el chispeante trío femenino que pulveriza a la desdeñosa banda masculina. ¡Mujeres, botín y motín (para vosotras)!



Los nervios se ponen a prueba y la película acelera con encanto y elegancia teatral. Bajo una calma mordaz, las tensiones internas de los personajes a menudo filmadas en primer plano, espejo de sus emociones donde se expresa el inconsciente. La escritura fluida y humorística se destaca por la generosidad de los actores en una partitura frenética donde cada entrada estalla con desfachatez. Regresando a lo esencial del vodevil y sus temas privilegiados, François Ozon desempolva el primero para renovar -como siempre- la esencia de su propio cine sencillo, profundo y atrevido. Sus engranajes están bien engrasados.

Tras ver esta pequeña joya, técnica y plásticamente pulcra, que combina felizmente primeros y segundos grados, melodrama y comedia, cine popular y homenaje cinéfilo, nos damos cuenta de que la película no es sólo un gag. Poblada de guiños al espectador, la película se deshace en ocasiones de su ligereza para ganar gravedad, pasando de la comedia esperpéntica a dramas más personales que siguen vigentes en la actualidad. Impulsos humanistas y pátina retro, quizás algunos no quieran asistir al festín, sin embargo, sería una pena privarse de él.


Para ver versión en francés pulsar aquí.
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