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Cine dentro del cine, Drama

Cerrar los ojos

Película de Víctor Erice, 2023

                                               Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada

Duración: 169 min.

Año: 2023
País: España
Dirección: Víctor Erice
Guion: Víctor Erice, Michel Gaztambide

Música: Federico Jusid

Fotografía: Valentín Álvarez
Reparto: Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, María León, Soledad Villamil, Petra Martínez, Mario Pardo, Josep Maria Pou, Juan Margallo, Helena Miquel, Antonio Dechent, Dani Téllez, Venecia Franco, Rocío Molina
Género: Drama. Cine dentro del cine

Una película sensible, anacrónica, crepuscular, bañada por los colores y luces de las estaciones. Verano, otoño, invierno. Especie de viaje cinematográfico en el tiempo, la película mezcla los destinos de varios personajes: Julio Arenas y/o Gardel, actor en decadencia, Miguel Garay, director y amigo del primero, Max Roca, editor y amigo de los dos anteriores y otros personajes, satélites que giran en torno a Julio y Miguel. Lola San Román, antiguo amor de Julio y Miguel, Ana, hija de Julio, Marta, periodista que será el detonante de esta historia a la postre banal basada en la dificultad de vivir el paso del tiempo. La luz de las estaciones cambia según los sentimientos de los personajes: miedo, consternación, indignación y luego nuevamente esperanza. Desde la puesta en abismo de las primeras escenas de la película, muy teatral, incluso congelada, todo se juega como en la vida real.

La película es un libro con capítulos que se desarrollan, pero también presenta hermosos momentos de homenaje a un cine en desaparición. Estamos en medio de una banalidad: Julio Arenas, un actor envejecido, que se ha vuelto infeliz bajo el peso de los papeles que ha asumido y que han aplastado lo que realmente es, se imagina aferrándose a una juventud que ya no tiene. Rechaza esta banalidad y decide desaparecer de los ojos de su mundo profesional y personal. Para él, desaparecer sin decir una palabra es quizás la mejor manera de mantenerse joven y mítico. La película sigue a Miguel, director, en busca de su amigo actor, pero la película pierde fuerza en diálogos planos y poco incisivos, y los actores no siempre convencen en sus papeles. José Coronado ( Julio Arenas/ Gardel) actúa de manera desigual, Ana Torrent (Ana Arenas) parece ausente y Soledad Villamil sobreactúa en una escena que no lo requiere. Otros son impecables: Manolo Solo (Miguel Garay) y Mario Pardo (Max Roca) tienen una actuación cómplice y natural con una finura psicológica innegable. Ambos brindan destellos de humanidad en busca de su amigo.

Este largometraje está bien escrito y fotografiado, no exento de ingenio. Es, sobre todo, una mirada al mundo del cine de Víctor Erice. Una mirada que no ha perdido la fuerza de El espíritu de la colmena (1973) y su segunda película El sur (1983). Es también un talento, el de la humanidad del cineasta. Su crónica es lúcida, a menudo justa, no marcada por el humor y si hay algunos raros toques de humor, es un humor melancólico. Sin embargo, ciertas secuencias son de un clasicismo un poco anquilosado y algunas secuencias a veces agotadoras mientras que otras se abren para que finalmente algo suceda. Otras escenas parecen calculadas al milímetro, la más mínima respuesta, las miradas furtivas acaban constituyendo un dispositivo regido por códigos que encierran una artificialidad incómoda.

Sin embargo, el espectador puede dejarse llevar por el mundo del cineasta cuya introspección parece obvia. Víctor Erice es un Gepetto que da vida a sus Pinochos sin alma ni cuerpo que no son más que seres disfrazados, imágenes, que son “otros ellos”. Detrás del tema principal de la película, la vejez y su representación, se esconde una especie de autorretrato, rico en preguntas y respuestas de un cineasta de ochenta y tres años que viene de muy lejos. Retrato cinematográfico, alegórico, insólito, buñueliano (a veces), conmovedor (a veces), pero no quejoso. Vida, amor, muerte, arte, amistad, lealtad, vejez: es una película que no teme ser ambiciosa, porque, cuando Miguel le pregunta a su amigo Max : “Y tú, ¿cómo ves la vejez?Max responde: “Sin temor ni esperanza”.

La puesta en escena va de un personaje a otro, imaginando bocetos alrededor de cada uno de ellos que revelan la generosidad de uno, la incomprensión de otro, luego la amargura de otro e intenta examinar su alma a través de instantáneas impresionistas en armonía con la banda sonora. Es una historia nostálgica que ofrece una reflexión sobre los egos artísticos y los dolores de la creación. Pero además es una película que no evita cierta pesadez. Es muy larga. El director sigue siendo demasiado respetuoso -¿y apegado?- hacia sus actores como para presionarlos y el aburrimiento aumenta sobre las líneas trilladas. Sus personajes a veces están desvitalizados, como si el cineasta quisiera evitar una confrontación con los humanos y estuviera experimentando un fracaso. Paradoja de la creación. Es entonces difícil que el espectador se sienta abrumado y superado por la emoción. Además, la austeridad de la puesta en escena mantiene al espectador alejado, especialmente en las secuencias finales.

Cerrar los ojos no es una película sobre la desaparición definitiva de un determinado cine, sino una película sustentada en el gusto por la vida. Por eso es difícil comprender por qué ciertas miradas, ciertas palabras se nos escapan, simplemente porque la vida misma es a veces incomprensible, llena de trastornos que dejan al margen a quienes son incapaces de adaptarse. Miguel Garay (Manolo Solo) es capaz de provocar emociones, con un ínfimo atisbo de juventud, al volver a ver a Lola mientras Julio Arenas, alias Gardel ( José Coronado) encarna la apatía existencial, alejado de todo, convertido en un “sin papeles” -como relata uno de los personajes-, o sea un indocumentado, pero también un actor “sin papeles”. La historia de este actor, predecible, tiene un encanto anticuado, pero demuestra cualidades innegables.

Con todo, la película no envejecerá, porque nos muestra un espejo fiel y lúcido del deseo de eterna juventud que obsesiona al cine. El protagonista es una traducción pictórica de esto. Entonces… ¿Ira?¿O admiración mezclada con miedo? Víctor Erice guarda silencio sobre este tema. La película no es del todo un éxito, pero es hermosa. Porque ante todo y por encima de todo, es la historia de un vínculo profundo entre un cineasta y su actor, entre el cine y sus pilares. Al exponer la muerte profesional y social de su protagonista, Víctor Erice socaba este mundo del cine del que finalmente permaneció al margen. La otra cara de la moneda no es rosa, sino más bien de un gris oscuro. El cineasta nos dice que el cine es una cortina de humo, un mundo de simulación. Consigue resaltar cuestiones existenciales (en la vida, ¿hemos tomado las decisiones correctas?) que revelan defectos, dudas y consternaciones y elige cerrar los ojos cuando las grietas se abren. Quizás sea el último cara a cara de un cineasta con sus actores, y por eso sigue siendo importante que el espectador abra los ojos para saludar esta “mirada del adiós«.

Para ver la versión en francés pulsar aquí.

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