Película de Nacho VIGALONDO, España, 2024
Crítica de Véronique GILLE y José Luis Beltrán
Duración: 118 min.
Año: 2024
País: España
Dirección: Nacho Vigalondo
Guion: Nacho Vigalondo
Música: Hidrogenesse
Fotografía: Jon D. Domínguez
Reparto: Henry Golding, Beatrice Grannò, Aura Garrido, Rubén Ochandiano, Nathalie Poza, Frank Feys, Godeliv Van den Brandt, Pilar Bergés, Cindy Claes, Rocío Saiz
Género: Ciencia ficción. Romántico. Distopía.
Es una cinta de genero con el típico mal uso de la pastilla o inyección u otro elemento que promete soluciones a grandes problemas que no se quieren afrontar. Nos recuerda a otras muchas películas de ciencia ficción en las que intuimos las complicaciones y el posible clímax final que, en este caso, no puede considerarse como tal. Los recuerdos como ficción para escapar de la realidad es un tema interesante y está claro que estos evolucionan, cambian, con el tiempo. Recordamos lo último que recordamos sobre lo que contamos y nos engañamos, con o sin pastilla, para continuar viviendo. Hasta ahí, compramos la idea.


Daniela Forever pretende mostrar la tragedia de la pérdida, de la soledad. Pero desde las primeras imágenes la película no capta nuestra atención porque, visualmente, es floja. Destaca el uso de dos tipos de imagen, una la digital habitual y la otra la betacamp, que hacía mucho no se veía en pantalla y que tiene peor resolución. El director originariamente quería diferenciar los 2 mundos usando el blanco y negro en los sueños, pero se lo prohibieron desde la distribuidora (y producción). Quizás sería peor con la idea original. Coincidimos en que, a pesar de que el director dice que intenta ser claro, la película se hace un tanto confusa con algunas soluciones visuales interesantes como el plano con la foto de la Puerta de Alcalá que al retirarla deja ver lo mismo que se veía en la foto (creo que eso se lo encontraron). Esa imagen es metáfora de los sueños que, aunque puedan sentirse muy reales, muy vividos, no son la realidad y el personaje debe aprenderlo y aceptar la ausencia de su amada.


La película es una distopía de falsos adornos con al que Nacho Vigalondo demuestra no tener el don de sumergirnos en los recovecos de la psique humana. Además, al actor protagonista, Henry Golding, le gustaría ser tremendamente sensible, pero es incapaz de estar al cargo del juego del amor sin su pareja y sólo ofrece una interpretación inmadura, incluso infantil. La interpretación artificial y poco sincera de Béatrice Grannò ya no vale más.


Hay auténticos momentos de malestar en la película durante los cuales los actores no encuentran la oportunidad de distinguirse, no interpretan la cristalización romántica y la película se vuelve deprimente. Asimismo, la película rara vez da en el blanco, no conmueve y, en cambio, ridiculiza el amor. A veces, nos permitimos pensar en una especie de mona de Pascua sonorizada con el sintetizador de Hidrogenesse, incapaz de despertar más que el deseo de comprar varitas de incienso, en un dulce que podría servir como clip de una vieja canción de Nico. Este largometraje carece de aliento y, sin ningún juego de palabras torpe, es demasiado largo. Su visión de la pérdida es falsa y lejana, como una estrella. Pero es una estrella extinta.


El cineasta no da en el blanco y su película es asombrosamente presuntuosa, incluso ridícula. Genera muchas dudas y exasperación porque está muy fragmentada y se estanca hasta el punto de provocar un aburrimiento indescriptible. Además, diluye sus temas -la enajenación, la esclavitud, el letargo, la locura, el ridículo, la inutilidad, la eternidad, el amor tal vez…- en un revoltijo imposible y se pierde en un simbolismo turbio. Las digresiones sabiondas surgen en los momentos más inoportunos y la voz en off resulta mareante.

Finalmente, la película se agota en una siniestra gaga new age con escenas estúpidas y lamentables. Como bien señala uno de los personajes de la película: “Creo que no lo entiendo” y el espectador tampoco. El único mérito de la película es recordarnos que el amor, “esta locura aceptada por la sociedad” (Jean Delhat), sigue siendo, mucho más que cualquier tratamiento médico futurista, la búsqueda esencial del ser humano. Terminemos y atrevámonos a decirle a Nacho Vigalondo (como dice otro personaje de la película): “Gracias por intentarlo, pero ya es suficiente”.
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