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Amistad, Drama, Homosexualidad

RAMÓN Y RAMÓN

Película de Salvador del Solar, Perú, 2024

Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada

Duración: 100 min.

Año: 2024
País:  Perú
Dirección:  Salvador del Solar
Guion:
Héctor Gálvez, Salvador del Solar. Historia: Miguel Valladares
Fotografía:
Inti Briones Música: Gabriel Casacuberta, Hernán González Villamil

Reparto: Emanuel Soriano, Álvaro Cervantes, Darío Yazbek Bernal, Beto Benites, Carlos Mesta, Bruno Odar, Ebelin Ortiz, Lucho Ramirez, Jely Reategui, Liliana Trujillo, Julián Vargas,
Género:   Drama. Amistad

      En esta película entretenidamente dulce, con un protagonista extremadamente conmovedor, Salvador del Solar triunfa en su apuesta: ofrecer una obra sensible y entrañable. Si triunfa la seducción, es porque la película encuentra su camino, tras algunas vacilaciones iniciales en el guión y su tono, con una esencia de seria ligereza del que no se desvía posteriormente. Ciertamente, las situaciones y los personajes se han vuelto de actualidad hoy en día, pero no nos neguemos el placer: los personajes existen, los diálogos a menudo dan en el clavo y la película está bellamente filmada en un cautivador cromatismo azulado y velado. Esta historia de amistad entre dos hombres, Ramón (el conmovedor Emiliano Soriano) y Mateo (el sincero Álvaro Cervantes), en tiempos de la pandemia de COVID-19 es un himno a la búsqueda de uno mismo y a la tolerancia.

     Pero ¿quién es el segundo Ramón que da título a la película? Es el personaje del padre, recuerdo tóxico de Ramón, ese padre que solía usar la expresión «los dos Ramones» cuando su hijo era niño. Sin embargo, la vida ha distanciado a los dos hombres: Ramón padre nunca aceptó la homosexualidad de su hijo. Ramón, residente en Lima, acaba de recibir las cenizas de su difunto padre y decide emprender el viaje a Huancayo, la tierra natal de la familia. Es un regreso a sus orígenes y al recuerdo del dolor del rechazo. Pero Ramón no se va solo; Mateo, a quien conoció durante el confinamiento y que está atrapado en Lima, lo acompaña en su viaje a una tierra que Ramón considera hostil y basta.

     Esta herida que sufre Ramón empapa la narrativa. Inicialmente confinada en el enfrentamiento padre-hijo, ahora imposible de superar, la película parece limitarse a ofrecer el retrato de un hijo encerrado por la intolerancia de su padre, cuyo pensamiento permaneció arraigado en la tradición y la ignorancia. Simbólicamente, el confinamiento responde a este confinamiento social y cultural que experimenta Ramón el culpable. El relato —que inicialmente se basa en un principio de oposición, donde el espectador percibe rápidamente qué líneas cambiarán— se va transformando en una historia de aprendizaje: la de la escucha y la tolerancia. A través del contacto mutuo, Ramón y Mateo se abren a la diversidad, matizan sus ideas y experimentan una amistad inesperada que ignorará sus diferencias.

Salvador del Solar sabe combinar la ligereza de la situación con la seriedad de los sentimientos, alternando tensiones repentinas con pausas contemplativas. Es una película íntima y bien dirigida, con buenos actores y una elegante fotografía. La intimidad no se convierte en un teatro de sentimientos exhaustivo, donde la verdad de lo íntimo tiende a perderse. Sin embargo, la película puede parecer vacilante, amenazando con caer en el melodrama. El tema central de la película —el reconocimiento del padre— produce una hermosa y etérea melancolía. La puesta en escena oscila entre la exploración anímica de los personajes y las tradiciones culturales del campo peruano como  la fiesta de Wacon,  expiación de los pecados de todos en una como purificación, dotando al conjunto de un encanto convincente.

     Cada personaje perturba el precario equilibrio del otro, consolidando su relación en un movimiento de construcción y deconstrucción de ideas. Cada uno encuentra su lugar dentro de la película (la prima Verónica, el tío de Ramón, los amigos de su padre) y aporta una interesante cohesión al conjunto. Frente a Mateo, la cámara sigue al personaje de Ramón, liberado poco a poco de su dolor. Los colores velados y pastel están a juego con  los trastornos emocionales del personaje. Si bien observamos algunos desequilibrios en el ritmo general de la película, donde ciertas secuencias a veces se suceden torpemente, el largometraje puede llevar consigo sus momentos de dejarse llevar, liberando a sus personajes de toda culpa.

     La historia parece fácil, pero el director la desarrolla exitosamente con una galería de personajes secundarios y no encuentra mejor conclusión que la sonrisa despreocupada de Ramón encaramado en el techo de un camión. Otros podrían pensar que los personajes son insulsos, carentes de la esencia de una historia real, prisioneros confinados de esta película que da la impresión de no tener mucho que decir. Sin embargo, el conmovedor abrazo en las escenas finales de la película es una forma de absolución. Este término no se usa, pero la religión mezclada con la superstición está presente en la vida de Ramón, cuyo padre es una especie de brujo mudo y dogmático que también puede representar la maravilla de la vida cotidiana. Ramón y Ramón es una de esas obras que, como por milagro, conmueven y elevan destilando un mensaje humano y nunca pesado.

Ramón y Ramón – Crítica_ versión en francés

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