Película de Alberto UTRERA, España, 2025
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 87 min.
Año: 2025
País: España
Dirección: Alberto Utrera
Guion: Alberto Utrera, Carlos Soria
Fotografía: Miguel Ángel García Música: Fede Pájaro
Reparto: Paco León, Raúl Tejón, Kimberley Tell, Stéphanie Magnin, Adam Jezierski, Silvia Vacas, José Antonio González
Género: Drama. Amistad. Juego.
La película podría resumirse en una sola frase: demasiadas historias, demasiados giros inesperados, nos perdemos más de una vez y, enseguida, perdemos las ganas de seguirla. Sin embargo, intentemos resumir la trama: durante un fin de semana, dos parejas divulgarán su historia de amor para convencer a un amigo soltero de encontrar a su alma gemela. Amor, siempre amor. Pero los sentimientos más bajos se involucran y tienen consecuencias mortales. Muerte, siempre muerte. También interviene un boleto de apuestas potencialmente ganador y perturbador. Dinero, siempre dinero. Todo bajo un velo de tragicomedia… realmente poco creíble. Es, por lo tanto, una película cuyos giros inesperados hartan por su carácter de déjà vu. Además, su improbabilidad los vuelve ridículos y la comedia es entonces sólo un pretexto.

El largometraje pretende ser sobre el amor, al menos en su primera parte, pero carece de romance y profundidad, y es la sensación la que permanece en la imagen. David, el amigo soltero, se encuentra en lo concreto del presente, mientras que las dos parejas, Paula y Chino, Cristina y Josu, se encuentran en la subjetividad de las apariencias que mantienen y desempeñan un papel modificado en relación con lo que realmente experimentan. La brecha podría haber sido interesante, pero no lo es, ya que todo se mantiene en el primer grado y en la ilustración. Carece de frescura y sutileza. El desarrollo de la película y sus intrigas le confieren una pesadez dañina y el director se da de bruces.

Las situaciones buscan imitar la vida real, pero suenan falsas. Creemos que los personajes hacen cosas, pero dicen otras, y los diálogos se vuelven banales. Los actores a menudo ven sus actuaciones limitadas porque lo que sucede es extravagante y desconectado de una realidad que podría haber sido muy sarcástica, pero es simplemente plana. La película comienza con un aire casi de vodevil, sin embargo la sobreabundancia de planos, el trabajo de cámara en mano y las vacilaciones de ciertos personajes la saturan: quieren decirlo todo, mostrarlo todo por miedo a no ser comprendidos. Sin embargo, no hay nada que entender porque todo se resquebraja desde las primeras escenas.


Da la impresión de que el director busca constantemente el rumbo que tomará su obra, a través de resentimientos y oportunidades perdidas. La película se atasca en fórmulas vacías que querrían revelar el lado oscuro de las personas. El resultado es aún más predecible. Algunas escenas son cómicas, es cierto, pero otras son patéticas. A veces, la película resulta incluso molesta, sobre todo porque algunos actores no están a tono con ella –Raúl Tejón, alias Josu, se excede-. ¿Dónde están la originalidad del guión y la inventiva de la dirección? Es una caricatura donde nos vemos maltratados por imágenes y secuencias violentas, pésimas copias de Quentin Tarantino, por ejemplo. Todo es más disfraz que deformación, y quizás de este matiz surge la pobreza de la película, como si el cineasta quisiera adoptar una postura que pretendiera dar la ilusión de un estilo.


La película da la impresión de ser una película de laboratorio con personajes sumamente desagradables y una desmesura reducida a su parte más superficial. Sería maravilloso permanecer enamorado toda la vida; habría sido maravilloso ver una película que mostrara la lucha entre la banalidad de la realidad y la inocencia del deseo, encarnada en la huida hacia delante de los personajes. Aquí, las parejas se han derrumbado, aunque las discusiones calientan los cuerpos al mismo tiempo que recargan el deseo y los inmunizan por un tiempo contra la desaparición del sentimiento. Al reiniciar constantemente la máquina narrativa, Alberto Utrera dispara desde todos los ángulos, desde el sentimentalismo vulgar hasta lo tremendo de la naturaleza humana. Una pregunta permanece: ¿por qué el magnífico Claro de luna de Debussy, único interludio de belleza en la película, desgrana sus notas sublimes en este batiburrillo cinematográfico?

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