FESTIVAL D’A BARCELONA, 23 marzo-2 abril 2023
Christophe HONORÉ, Francia, 2022
Esto no es una crítica
Carta abierta de Véronique GILLE a Christophe HONORÉ
Christophe, no te conozco y sin embargo te conozco. Tu película me dice que tú también me conoces sin conocerme realmente, porque tu película reencanta años de melancólicas dudas. Detrás de los estallidos de voces en las imágenes de la película, detrás de sus golpes se susurran los sufrimientos que es bueno compartir cuando un ser, la raíz de nuestro árbol de la vida, se ha ido… quizás a una desconocida playa azul. Es lo indecible. Es lo ininteligible. Es lo inaguantable. Es cierto, como Lucas, entonces nos sentimos un esbozo de lo que pudimos haber sido con ella o con él.
Christophe, tu película pone imágenes y palabras, incluso mudas, sobre la ferocidad de la vida, pero los movimientos de cámara, rápidos, lentos, fijos sugieren que este salvajismo convoca a la vida: ¡qué hermosa paradoja! Entonces debemos volver a coser esta vida. Gritando, chillando, llorando, bailando, cantando irresistiblemente con Sylvie Vartan. Viviendo. Y aunque nos carcome una necesidad de consuelo imposible de llenar y tal vez cómoda porque la desaparición de un padre, cuando se es niño, adolescente o adulto, es una ausencia que puede ocupar todo el espacio y asfixiar.
Los colores de las imágenes a menudo suavizan el sufrimiento vivido por Lucas, el sobrecogedor Paul Kircher, cuya ira se convierte en un dolor helado que lo envuelve día tras día, por Isabelle, la maravillosa Juliette Binoche, que camina en sus lágrimas y las guarda por la vida aunque la pena nunca está lejos, siempre al acecho, por Quentin, el asombroso Vincent Lacoste, que decide no llevar lágrimas y tristeza a su apartamento de París. Los tres se aferran al recuerdo de Claude, el padre desaparecido, pero a veces caen, suspendidos sobre un abismo, sin saber lo que les espera. Como nosotros, no sabíamos lo que nos esperaba.


Porque cada vez que creemos que un ser está muerto, los gestos, las palabras, la música, los lugares, los olores nos lo devuelven al corazón, a la memoria. Nuestra memoria donde se deposita entonces la memoria que se resiste al borrado, pero que es una necesidad para trazar el camino lento del apaciguamiento íntimo, interior. Por eso se fusionan personajes y personas porque todo es verdad y todo es sinceridad en tu película.
Christophe, transmites una emoción que no se dice, sino que se siente y se encarna. Más allá de la inspiración, de las ideas cinematográficas, tu trabajo es el de un artesano, un artesano del corazón, carpintero o ebanista, que explora la complejidad humana y la complejidad de ser sin el desaparecido, sin ella, sin él. Explorador de la interioridad y adalid de las emociones. Tu película es atemporal: salimos del tiempo y del estruendo de la vida, porque es un lugar de paz donde podemos relacionarnos con algo de nosotros mismos que habíamos olvidado. El mundo está ahí, pero está en silencio. Luego llega el momento del recuerdo que se aleja, lo depositamos en algún lugar, en un rincón de amor callado, donde podamos encontrarlo cuando queramos.
Christophe, tú y yo, en realidad no nos conocemos y, sin embargo, compartimos algo y seguramente nos habríamos detenido a escucharnos. Somos extraños, pero no el uno para el otro. De hecho, gracias a tu película ya nos conocemos un poco, somos amigos de amigos. Gracias a ti, Lucas, cuya sonrisa feliz y final es uno de los epílogos más bellos, sacando a relucir el corazón palpitante de la vida e inclinando el calvario hacia la luz. Gracias a ti, Christophe, que nos toma en sus brazos y nos dice que todo irá bien.
Un abrazo Véronique

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