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Abogados, CRIMEN, Drama

EL EXTRANJERO

Película de François OZON, Francia-Bélgica, 2025

Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada

Duración: 120 min.

Año: 2025
País:  Francia
Dirección:  François Ozon
Guion:
François Ozon. Novela: Albert Camus
Fotografía:
Manuel Dacosse (B&W) Música: Fatima Al Qadiri

Reparto: Benjamin Voisin, Rebecca Marder, Pierre Lottin, Denis Lavant, Swann Arlaud, Benjamin Hicquel, Jean-Charles Clichet, Jean-Benoît Ugeux,
Género:   Drama. Crimen. Abogados/as

     El sentimiento de lo absurdo, nacido del divorcio entre el hombre y el mundo y del rechazo de toda esperanza, inspiró a Albert Camus a escribir la novela El Extranjero. Hoy murió mamá. O quizá ayer, no lo sé…” – “…solo podía esperar que hubiera muchos espectadores el día de mi ejecución y que me recibieran con gritos de odio”. Así se abre y se cierra, pacífica y provocadora, la novela de El Extranjero. Esta obra, la más discutida de Camus, ha conservado todo su vigor y opacidad. El novelista eligió un héroe-narrador, indiferente al autoanálisis o la justificación, sin cualidades particulares y, sin embargo, perfectamente singular, una narración que se limita a describir el comportamiento visto tanto desde dentro (ya que Meursault relata su propia existencia) como desde fuera (ya que se niega a cuestionar sus propios sentimientos). La propia historia de este oficinista, que rompe con la monotonía diaria para matar a un árabe porque el sol lo deslumbra, le da al conjunto un tono nuevo e inusual en la Francia de 1942.

      Atravesada por el recuerdo siempre vivo de Camus y su personaje Meursault, la película de François Ozon resucita la Argelia del novelista en blanco y negro, desdibujando sabiamente las fronteras entre literatura y cine, pues el film se sustenta en el propio texto de Camus. Es una oleada visual intensa y profunda. Rezuma gran autenticidad, una bellísima fotografía de Manu Dacosse —las playas azotadas por el sol y el calor—. Una humedad casi perceptible. François Ozon evita caer en el melodrama que la novela podría haber provocado, lo cual habría traicionado el pensamiento de Albert Camus, al hacer que sus actores principales (Benjamin Voisin y Rebecca Marder) utilicen un tono de frialdad mecánica a través de una particular dicción. Esto distancia sistemáticamente al espectador —al igual que en la novela— de lo que se desarrolla en la pantalla. No hay empatía necesaria.

     Por lo tanto, el director busca rastrear la verdad de las imágenes que se casan con la verdad de las palabras. François Ozon asumió un riesgo al adaptar la obra de Albert Camus: el riesgo de traicionarse a sí mismo por el deseo de ser fiel a otro. Siguió la historia del escritor y no propone el estudio psicológico de un caso singular, resistente a la mayoría de las interpretaciones que se le podrían dar. Al adoptar en su novela (publicada en 1942, pero esbozada antes de la Segunda Guerra) un estilo donde la discontinuidad de las frases se modela sobre la discontinuidad del tiempo, Camus parece estar directamente inspirado por un cierto tipo de cine porque todo novelista se ve obligado a contar, a resumir, a hacer presente, es decir poner en escena. En este caso, el vínculo entre literatura y cine es muy tenue.

     Tanto es así que François Ozon expresa simplemente a través de signos, mediante relaciones de imágenes y alusiones repentinas, el misterio de este hombre para quien un beso, un abrazo rotundo, resume toda la ternura y todo el amor del que es capaz porque todo es inútil. La película no tiene ni una pizca de sentimentalismo, al igual que la novela. Hay manos que se cruzan y se descruzan, miradas intercambiadas, la presencia silenciosa de objetos, el viento en el cabello… Y la violencia, contenida o no, está muy presente. Es un mundo deshumanizado el que describen el novelista y el cineasta, un mundo en el que la comunicación se reduce a fragmentos de frases deconstruidas para el primero y constantemente limitada por puertas, ventanas, líneas de paso, barreras, rejas para el segundo. Este último ofrece al espectador una experiencia rica y profunda que se adorna con una especie de belleza oscura llevada por el rostro y la voz de Benjamin Voisin. El destino de Meursault todavía conmueve más de cincuenta años después, y más allá del personaje, el mundo en el que vive, registrado por una cámara impasible, no ha perdido nada de su brutalidad.

     La atmósfera de aquellos años en Argelia está bien recreada, aunque la película se rodó en Marruecos, en Tánger y no en Argel. Asimismo, la banda sonora transpone los sonidos con precisión (las campanas que se mezclan con la voz del muecín, el canto de los pájaros en los naranjos, el susurro de las hojas de los árboles, el murmullo de las olas). La película cuenta con una hermosa interpretación de Benjamin Voisin, cuya actuación no decepciona y que recuerda a Gérard Philipe en sus papeles emblemáticos. Los decorados se ven desde un ángulo creíble; es un trabajo cuidadoso con su fotografía en blanco y negro de contornos nítidos. Los cuerpos se rozan, Meursault apoya la cabeza sobre el vientre de Marie sin tocarla verdaderamente, mientras ella muestra un gesto cariñoso esencial para el resto de la película. En esta doble reacción contrastada no hay incomodidad física, ya que esto podría corresponder a la emoción interior de Meursault de que no es capaz. Para comprender al personaje, el espectador debe experimentar una conmoción, la de su total indiferencia. Surge una escena cómica al respecto: Meursault recibe la propuesta de matrimonio de su amante. Acepta, pero da a Marie respuestas desconcertantes que expresan la equivalencia de todas las cosas. Esta escena es tan absurda desde el punto de vista del juego social como lógica desde la perspectiva de Meursault.

     François Ozon adopta una perspectiva neutral sobre su personaje y se acerca al formato documental, jugando con la sobriedad del encuadre y la iluminación. Su estilo se renueva aquí (cercano al cine de la Nouvelle Vague), pero marca su territorio gracias al montaje y la música con sonidos árabes compuesta por Fátima Al Qadiri. La melancolía de las imágenes, poéticas y lunares, deja expuestos los pensamientos de Camus, cuyo personaje tiene mucha presencia. Con inteligencia, el pasado de Meursault se evoca a través del juicio, que sirve de flashbacks con sus testimonios. Camus lo hace hablar y Ozon muestra a un hombre para quien todo existe en función de su cuerpo: el mar, el sol, una mujer, las estaciones de Argel vistas desde la prisión son sus únicas certezas; el resto, el afecto por una madre o el amor por una amante, constituye para él un lenguaje que se niega a utilizar. Camus consiguió crear un personaje puramente negativo, que parece ignorar los mitos y los juicios de la sociedad, un héroe de la felicidad y de la individualidad que rechaza el juicio hecho contra él y la sociedad que lo juzga.

      Y el cineasta logra dotar a la novela de una conciencia más aguda, pues se ha esforzado por redescubrir el estilo del escritor mediante técnicas cinematográficas apropiadas, como la voz en off, y ha respetado la relación de los personajes consigo mismos y del novelista con sus personajes. La película contiene todo lo que la novela podía ofrecer y, además, su reflejo en el cine. En la segunda parte, donde la influencia de Kafka se hace patente en la evocación del juicio, la sociedad y sus representantes (jueces de instrucción, capellanes, fiscales) exigen responsabilidades. Meursault pasa entonces de una conciencia espontánea —la suya— a una conciencia reflexiva y a veces rebelde (en particular, con el capellán). El sistema judicial redibuja una imagen del acusado en la que no se reconoce. Hasta el final, se siente inocente. Un juicio extraño, donde al asesino casi nunca se le reprocha su asesinato, sino casi siempre su insensibilidad ante la muerte de su madre. Ningún papel secundario ameniza la historia apartando a su protagonista, por lo que los personajes de Raymond o Monsieur Salamone no se filman en primeros planos. Albert Camus y François Ozon, igualmente importantes, logran transformar una historia bastante banal en un universo lúgubre —un destello de sol y Meursault mata sin saber por qué— en una reflexión filosófica sin concesiones. El mar, el viento y el sol se han apoderado del personaje.

     El director utiliza el arte cinematográfico (predominio de la forma sobre el contenido, importancia del plano, profundidad de campo, etc.) para crear una emoción. No es una interpretación conmovedora, no es una novela cautivadora que atrae al público; lo que lo conmueve es la película en sí, porque El Extranjero es un objeto cinematográfico de gran belleza, una declaración de amor al cine. Una película quizás discutible, pero importante y útil.

EL EXTRANJERO – Crítica_ versión en francés

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