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Drama, Suspense, Thriller

                                                        GUNJAL

Película de Shoaib Sultan, Pakistán, 2023

                                               Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada

Duración: 119 min.

Año: 2022
País: Paquistán
Dirección: Shoaib Sultan
Guion: Nirmal Bano y ALi Kazmi

Música: Mannan Munjal

Fotografía: Ikram Khan
Reparto: Ahmed Ali Akbar, Resham, Amna Ilyas, Syed Muhammad Ali, Ahmad Ali Butt, Razia Malik, Arham khan,
Género: Intriga. Drama. Thriller. Crimen. Periodismo

La película está inspirada en una historia real -la del joven paquistaní Iqbal Masih, defensor de los derechos de la infancia y asesinado el 16 de abril de 1995, domingo de Pascua cristiana– y quizás por ello, el director firma una sencilla, accesible e informativa película. Este largometraje nos enseña los métodos muy poco ortodoxos utilizados por las mafias de la industria textil paquistaní para eliminar a toda costa los obstáculos humanos que encuentran en su camino hacia la prosperidad. Desde las primeras escenas, el tono de la película mezcla desesperación y resignación, pero también denuncia e ira. El periodista Shahbaz Bhatti, interpretado por el actor Ahmed Ali Akbar de modo muy convincente, rechaza la resignación y se compromete a investigar la absolución del supuesto asesino de un joven tejedor, Irfan Mashi, firmemente comprometido con la defensa de los derechos humanos y a quien su hermano mayor considera como “la voz de la verdad«.

Gracias al trasfondo veraz de la película, ésta demuestra sinceridad, poniendo de relieve uno de los grandes problemas que aquejan a la sociedad paquistaní: las condiciones de vida de los niños esclavos, sometidos a los dictados de la industria de las alfombras porque su trabajo paga –a veces de por vida– las deudas contraídas por su familia. La película vale sobre todo por su aspecto documental. El cineasta consigue tratar este drama con pudor: dedos heridos y ensangrentados, miradas asustadas, espaldas inclinadas sobre los telares…, sin efectos exagerados ni llorosos. Gunjal está rodado como un thriller inmersivo, sociopolítico y realista. Shahbaz busca, investiga, pregunta, se reúne, se interroga sobre estos niños que no conocen la escuela, insiste y persiste, va y viene en su ciclomotor de otra época.

Muchos de los testigos son niños y también víctimas. Las mentiras se acumulan, se mezclan verdades falsas y manipulaciones reales porque el país funciona así desde hace mucho tiempo y la mafia de las alfombras gobierna en gran medida la economía y la riqueza (un coto reservado sólo a unos pocos) de este país. El fallo que sufren estas víctimas es inmenso: son pobres. Y la pobreza no tiene excusa a los ojos de los ricos. Las malas condiciones de los niños y sus familias impiden que autoridades superadas y corruptas los tomen en serio. La película revela así una realidad siniestra -de hecho, las imágenes son a menudo oscuras y lóbregas-: los niños deben trabajar porque la supervivencia de sus familias depende esencialmente de ellos. En este sentido, el asesinato de Irfan también actúa como una revelación, porque las posibles explicaciones de su asesinato son múltiples.

Son múltiples, incluso escalofriantes, y son expuestas sin adornos por adultos impulsados ​​únicamente por el atractivo del beneficio, individualistas desenfrenados, ya sea en el mundo político o en el de las organizaciones humanitarias. Parece que no hay una verdad posible. La tenaz búsqueda de este periodista valiente y honesto, lanzado en busca de la verdad, queriendo superar obstáculos constantes, la corrupción endémica y también luchando para que su periódico siga siendo independiente y no quiebre, brinda la oportunidad que le corresponde al cineasta para pintar un retrato del Pakistán contemporáneo, de un Pakistán pulverulento, dividido entre rasgos de la modernidad y la tradición medieval: intransigencia religiosa entre musulmanes y cristianos, esclavitud, trabajo infantil, analfabetismo…

Sin embargo, la gentileza plácida y sonriente de los niños está siempre presente a pesar de que están abrumados por las responsabilidades adultas, porque la cámara muestra ternura, sensibilidad cuando se posa sobre estos niños y sobre Shahbaz, pero en cambio adopta una mirada completamente diferente cuando se trata de seguir adultos supuestamente corruptos, cegados por su propio interés. ¿Ejaz Ullah, el director de la organización humanitaria, está realmente dispuesto a regresar a su país o quiere aprovechar las donaciones económicas recogidas tras la muerte de Irfan y quedarse en Estados Unidos o en cualquier otro país que no sea el suyo? ¿Cuál será el mérito de las acusaciones del político Salman Habib contra la organización? Al defender obstinadamente a los niños, ¿será sincera Mehar, la mano derecha de Ejaz?

El niño asesinado está presente a lo largo de la película, implícitamente, en numerosos planos donde se pronuncia su nombre, en la mirada de cansancio y desesperación de su madre, de tristeza de su hermana pequeña, de ira de su hermano mayor Pervaiz y obviamente en los flashbacks que rememoran los últimos momentos de Irfan. Contundente afirmación de la omnipresencia del ausente. Ciertamente, el realismo de la película impide una catarsis con el espectador europeo que no conoce estos países cuya vida sociopolítica y económica es un caos humano, pero la película merece, no obstante, el desvío por su carisma y su precisión de tono. El cineasta no buscó ni la estética ni la poesía de la fotografía. Sólo las últimas imágenes de la película podrían contrarrestar esta opinión en este país donde “la justicia es una fantasía”.

Las andanzas de Shahbaz son otras tantas incursiones en este caos y gracias al reducido número de personajes, el director consigue restaurar la realidad de la situación. Cuanto más avanza la película, más se confirma el destino de privaciones impuesto a muchos jóvenes paquistaníes. Sus retratos son aún más conmovedores porque van más allá de la nota melodramática que normalmente se espera para revelar seres indigentes, frágiles, abandonados a su suerte, perdidos. Invisibles entre las masas, lo único que les queda a estos niños es reforzar, sea cual sea, esta pobreza que es, paradójicamente, la única protección que pueden ofrecerse a sí mismos y a sus familias contra la pobreza extrema. Es esta tenue frontera la que la película permite sentir al espectador. Esperando que alguien los ayude. Verdadera e indefinidamente. Por fin.

Para ver la versión en francés pulsar aquí.

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