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Acción, Bélico, Drama, Fantástico

IRATI (crítica)

IRATI, película de Paul Urkijo, 2022

                                                         Crítica de Véronique GILLE

Duración: 114 min.

Año: 2022
País: España
Dirección: Paul Urkijo Alijo
Guion: Paul Urkijo Alijo
Música: Maite Arroitajauregi, Aránzazu Calleja
Fotografía: Gorka Gómez Andreu
Reparto:
Edurne Azkarate, Eneko Sagardoy, Itziar Ituño, Nagore Aranburu, Elena Ruíz, Iosu Eguskiza, Kepa Errasti, Iñaki Beraetxe, Iñigo Aranbarri, Ramón Agirre, Miren Tirapu, Aitor Barandiaran, Gaizka Txamizo, Patxi Bisquert, Karlos Arguiñano, Iñigo Aranburu
Género:
Fantástico. Aventuras. Acción. Drama. Mitología. Edad Media.

IRATI es una oda a la tierra, al bosque, al río, a los árboles, pero también al barro en el que los personajes ruedan, se precipitan y se masacran en nombre de la defensa de las creencias paganas o cristianas desde las primeras imágenes de la película. Supersticiones y fe íntimamente ligadas, ya. Estamos en el 778 d.C. La batalla de Roncesvalles marca la derrota del ejército de Carlomagno que, habiendo ido a la guerra contra los musulmanes, sufre una emboscada orquestada por los nativos de la región, los vascones dirigidos por Eneko, héroe y heraldo del pueblo Vascón. Sin embargo, más que los propios personajes –Eneko, Irati, Mari, Oneka, Belasco, Virila– es el bosque todopoderoso el verdadero protagonista de la película y los personajes son sus sirvientes.

Película profundamente animista, la alquimia entre drama, acción, leyenda y romance transforma este largometraje en una película para ver porque nos muestra que la paz, lamentablemente, es solo aparente y transitoria, no es sino una ilusión: la guerra, abierta, latente o simplemente pospuesta, es la naturaleza del mundo. Pero esta película también es una película sobre la libertad de creer en una identidad y de vivirla plenamente. El carácter identitario, muy acentuado, se abre con el grandioso espectáculo de la selva de Irati que deja al espectador con la boca abierta. Historia, leyenda, símbolos: casi todo está ahí. Símbolos, hay a paladas: un bosque mítico, inaccesible y salvaje, verdadero espacio identitario según una visión romántica, una caverna, arquetipo del útero materno, una rueca, dueña del destino, una bruja, encarnación de deseos temidos, incluso prohibidos, un río que abre y cierra la película, un carnero protector…

El guión es sencillo, casi cosido con hilo blanco, con sus traiciones, sus venganzas, sus amores, sus odios, sus esperanzas y sus decepciones, pero no es estúpido. Vida y muerte. Muerte y vida. A pesar de algunas extensiones -de hecho, el guión adolece de un ligero problema de ritmo- y algunas secuencias escandalosamente burlescas, la película funciona porque es contundente, lo que le permite al espectador profundizar en su mensaje. Eneko, ya adulto, debe salvar su tierra, su bosque, su gente y, tanto pagano como cristiano, debe asumir el aspecto ambiguo de su carácter apegado a su identidad. Esto le da un lado casi sagrado con su determinación llena de carisma. Alternativamente conmovedor y detestable, hace que la película sea atemporal.

Como se mencionó anteriormente, los momentos truculentos se esparcen a lo largo de la película en beneficio de pasajes de gran belleza y virtuosismo servidos por una música de calidad: a veces épica, a veces mística, expresa la dimensión un tanto espectacular de la película, pero también la intimidad de ciertas escenas. El héroe debe pasar por múltiples pruebas antes de poder salvar a su pueblo en un fatídico duelo. Es cierto que la relación romántica que vive es a contracorriente, ciertamente, las escenas de gran formato donde el lado oscuro de la fuerza es superado por la noción del bien abundan, ciertamente las miradas son predecibles, las emociones artificiales, pero todo eso está pactado en este tipo de producciones. Paul Urkijo dirige un buen largometraje que, sin embargo, nunca se aparta de la ortodoxia del cine de grandes espectáculos, con planos esperados, a menudo generalistas, a la hora de escenificar las peleas por ejemplo.

Las interpretaciones de los actores son buenas -en particular, la de Eneko Sagardoy en el papel de Eneko-, pero es cierto que a la pareja Eneko/Irati le resulta difícil en ocasiones despertar la emoción. Edurne Azkarate falla para dar profundidad a su personaje, filmado, dirigido y actuado sin matices y  le  cuesta al espectador sentir al personaje en tanto que mujer detrás del personaje de la leyenda. Pero en general, la actuación se sostiene hasta el final y refuerza el aspecto barroco de la película. Si el visual de esta reinvención del reino de Irati puede hacer sonreír por ciertos decorados y efectos especiales un poco kitsch, las intenciones y ambiciones del cineasta transpiran sin embargo en un cóctel evocador y épico gracias a la fotografía que oscila entre naturalismo brutal, pero poético y cuento semi oscuro, hasta oscuro.

La película trata sobre una búsqueda iniciática sembrada de trampas de un héroe cuya conducta se magnifica y que de alguna manera encarna el ideal de la caballería, pero este largometraje también puede verse como una reflexión sobre la civilización, la ignorancia, la pérdida y el aprendizaje de la tolerancia. Cuando la cámara ciñe la belleza de la selva de Irati, sublima su virginidad efímera, su paréntesis encantado como un grito de alarma. Y cuando el director filma esta Naturaleza, el trasfondo está a la orden del día para que recordemos lo que es, y no lo que hubiera sido y ya no es. El vínculo entre la naturaleza del hombre -peligrosa- y la naturaleza misma -a veces despiadada-, no debe perderse. Irati es por tanto una película hecha con el deseo de realizar un documental sobre la filiación, de ahí una impresión de autenticidad. La vida del héroe fluye como el agua del río que lo conduce a Irati, su patria que Paul Urkijo quiere hacer vivir y perdurar en todos los tiempos, en todos los lugares.

Para ver versión en francés pulsar aquí.

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