Cine actual: estrenos, recomendaciones y festivales.

Amistad, Drama, Familia, HISTORIA, Infancia

LA TARTA DEL PRESIDENTE

Película de Hasan HADI, Irak, 2025

Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada

Duración: 105 min.

Año: 2025
País:  Irak
Dirección:  Hasan Hadi
Guion:
Hasan Hadi
Fotografía:
Tudor Vladimir Panduru

Reparto: Baneen Ahmad Nayyef, Sajad Mohamad Qasem, Waheed Thabet Khreibat, Rahim AlHaj
Género:   Drama. Infancia. Dictadura. Años 90

    Una dulce y hermosa oda a la infancia iraquí. Esta es la primera película del cineasta iraquí Hasan Hadi. El arte de esta ópera prima nos atrapa en la pantalla con escenas de la vida cotidiana sin que las (casi) dos horas de película nos agobien ni un instante. El cineasta logra desdibujar la frontera entre el cine de autor y el documental. Un torrente de energía de dos niños, Lamia y Saeed, como pocas veces vemos, una epopeya de generosidad que refleja constantemente su reverso, una posible desolación. Salimos conquistados. ¿Cuál es el secreto de la cámara de Hasan Hadi que logra transformar las difíciles vidas de los niños, marcadas por situaciones absurdas como tener que hacer un pastel para celebrar el cumpleaños del dictador Saddam Hussein mientras que la población pasa hambre y el cielo tiembla bajo la metralla de las bombas iraníes, en una fábula picaresca pero trágica?

     Corre el año 1987, en plena guerra entre Irán e Irak. El culto al Raïs, y por ende su natalicio, debe celebrarse en todo el país y en sus escuelas. El largometraje está profundamente arraigado en la intrahistoria del país. Desde las escuelas semejantes a las de la década de 1950, la multitud de pequeños mercados, las calles empedradas, los taxis destartalados, las casas de lona y adobe, y el vuelo de aviones ruidosos y amenazantes, el director domina la cámara y la dirección de sus actores, casi todos no profesionales, que crean con destreza una humanidad viva, avispada. La película deslumbra, combinando la energía solar con la audacia sociopolítica. Hasan Hadi es un hábil narrador que ofrece momentos de felicidad y angustia, solidaridad y recelo. Lo interesante es que su película no es solo una observación de la dura vida cotidiana del pueblo iraquí; es un elogio a la aventura fraternal, la amistad y la pérdida.

     Por eso el director filma fragmentos de humanidad. Bloques. Como estos planos secuencia cuando Lamia (Baneen Ahmad Nayef, natural y luminosa) y Saeed (Sajid Mohamed Qasem, travieso e inteligente) no quieren pestañear, acorralados por su negativa a rendirse ante sí mismos, la vida y las responsabilidades disparatadas que deben asumir — buscar ingredientes cuando escasea la comida para hacer el pastel— o el de la misma Lamia que se transforma en su propia abuela, Bibi, en el reflejo del agua en movimiento, simbolizando un futuro y un pasado que son uno. En la película, se habla alto, se come poco, se discute acaloradamente, se miente mucho, pero también se ayuda, a menudo se espera. Como en la vida. Esta es la fuerza y ​​la eficacia de un mensaje generoso maravillosamente transmitido por sus intérpretes. Y nos encariñamos con esos dos niños con talento innato que dependen de un pastel para saborear días mejores. La obra, múltiple, abundante pero nunca dispersa, está habitada por una atmósfera particular.

     Estamos inmediatamente en el meollo del asunto. Personas con sus dramas, grandes y pequeños. Y momentos de intimidad que los acercan. Gracias a su ingenio y a sus esfuerzos desplegados con mayor o menor honestidad, Lamia y Saeed se unirán en torno a un pastel simbólico, un símbolo obligado de apego al dictador, pero en realidad un símbolo del apego recíproco de estos dos niños a la vida. Filmar la materialidad de los movimientos, capturar la densidad de la vida a través de gestos, actitudes, palabras, lo más cerca posible de la verdad: este es el objetivo de La tarta del presidente. Es una imagen condensada de la existencia capturada en primeros planos o planos americanas, múltiples puntos de vista sobre los dos protagonistas. Un montaje con secuencias de individuos que de repente forman grupos y secuencias más largas documentando la soledad de Lamia o Bibi, su abuela. La película inventa su propia música sin notas ni corcheas y fusas, imparte (proporciona, dispensa) una música silenciosa, dulce y sensible como un parpadear. que cuenta un mundo despiadado para los niños. Así el cineasta crea un efecto de realidad y una perturbadora proximidad con los espectadores que miran los fantasmas bailar bajo las bombas.

     El cineasta utiliza la elipsis, la digresión, cierto suspense y escenas dilatadas como para saborear el placer de un cuento, la mezcla de realismo y lirismo, de lo sociopolítico y lo sentimental, de la comedia sarcástica (algunas escenas son realmente graciosas: el soldado ciego, la mujer embarazada, el gallo omnipresente de Lamia,…) y el drama, de lo trivial a lo metafísico. La película tampoco prescinde de una sátira de los males endémicos del país: la inercia de una policía rígida y corrupta, la frustración y la depravación de algunos hombres frustrados y una pobreza deletérea, pero también exalta las mil y una artimañas de los dos niños para asumir sus absurdas «responsabilidades«. Lidias verbales con comerciantes, robos forzados, una brutalidad ambiental que encierra a la población en jaulas mentales como pollos y gallos adoctrinados en escuelas dirigidas por aprendices de dictador. Histeria colectiva. La mirada de Hasan Hadi no es complaciente con los iraquíes, pero su mirada está imbuida de un verdadero afecto por sus personajes. Es una mirada lúcida, y así el personaje de Saeed, ladrón, mentiroso, astuto, se presenta como tal.

     Con todo, los dos héroes siguen siendo entrañables porque el fuego y la vivacidad de su edad movilizan los recursos de la inventiva, unidos por el imperativo de ser más fuertes que el curso del mundo. En ningún momento el director cae en una película de tesis o de denuncia social gracias a las cualidades de la puesta en escena que coloca la dictadura fuera de la pantalla como si su imagen brutal y cruda hubiera dañado una apreciación positiva, ya sean los temas de la película, la actuación o la puesta en escena. Filma la vida lo más cerca posible y se insinúa en las grietas de dicha  cotidianeidad, nada menos, todo más. La metáfora en escorzo de cómo era la vida bajo la dictadura iraquí con una profusión de escenas delicadas que hilan metáforas con un estilo contemplativo. Así, Hindi, el gallo inseparable de Lamia, es el símbolo solar del amanecer, el guardián de la vida, el que llama a la oración, venerado y cósmico.

     La película también es una película sobre el amor y los pequeños y grandes sacrificios que lo acompañan, y nunca resulta falsa. Existe más allá de una historia humanista y trágica: se materializa en la forma en que capta el pulso de la vida y la humanidad. La simple imagen de dos niños mirándose adquiere una increíble fuerza existencial porque la película se construye sobre la mirada del deseo y la esperanza pese a las bombas. Una película hermosa, verdaderamente hermosa.

LA TARTA DEL PRESIDENTE – Crítica_ versión en francés

Dejar una respuesta