Película de Juana MACÍAS, España, 2024
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Dirección: Juana Macías
Guion: Isa Sánchez
Director de Fotografía: Guillermo Sempere
Música: Isabel Royán
Reparto: Salua Hadra, Julieta Tobío, María Steelman, Carla Gris, Elena Gallardo, Xóan Fórneas, Asier Tartás, Daniel Mantero, Saida Santana, Pepo Llopis, La Fanny
Nacionalidad: España
Duración: 112 minutos
Genero: Drama. Prostitución. Adolescencia. Abusos.
No nos andemos con rodeos y lo decimos de una vez: la película de la directora española Juana Macías no profundiza en la violencia social que pretende denunciar. Podría haber sido una película realmente de choque, pero el rímel y el maquillaje caricaturizan a los personajes y no ocultan los puntos débiles de la película. Ésta no es ligera, ciertamente, pero tampoco tiene la gravedad trascendental que exigiría el tema: la violencia y el abuso sexual de menores. Amarga y salvaje, la película cuenta con frontalidad y sin pudor la lucha diaria de tres amigas, Jara, Alex y Miranda, que simplemente quieren existir y soñar.



Es una inmersión en su vida cotidiana hecha de ruido y furia, pero también en la vida cotidiana de una amistad en un ámbito donde ya no queda rastro de ella. La cineasta intenta conciliar la ficción con el tinte documental ya que la trama se inspira en hechos reales y la fuerza del naturalismo. La película podría seducir por su capacidad de infundir romance en una realidad sórdida, pero la puesta en escena carece de eficacia. Se trata más bien de una historia serializada cuyo título tampoco es relevante porque la estación sigue siendo un lugar efímero en la película. Juana Macías quiere la realidad a la que tuvo el mérito de querer acercarse, pero no basta porque también se necesita talento para transmutarla en materia cinematográfica.





Con el pelo teñido de rosa, un rostro bonito ennegrecido por el maquillaje, un cuerpo dúctil de bailarina, Jara deambula por la vida en compañía de Alex, nervio de la supervivencia en vilo, y de Miranda, que sueña con que existe algo mejor en otro lugar. Las tres amigas huyen del centro de acogida por la noche, van de fiesta y luego regresan sin pestañear, porque es su único hogar. Durante el día le dan lata al educador Marcos; les dan la lata a sus padres cuya imagen se desgarra duramente en la película ya que las chicas saben que no se desea su regreso a casa; le dan la lata a la vida. Debajo de sus galas, Jara, cabeza dura y ojos aterciopelados, con porte de reina y caderas ladeadas de engatusadora, decide entregar su boca y su cuerpo a los hombres que lo deseen.


Sus amigas no juzgan su elección porque el sentimiento de amistad las une cada vez más, es cada vez más hermoso aunque no se lo confiesen (de ahí la voz en off de cada una de ellas para expresar este sentimiento de amistad cuando encuentran las palabras para decirlo), aunque todo a su alrededor parece querer arruinarlo. Peligros de la calle, traiciones de los seres queridos: las cosas, naturalmente, se saldrán de control. La película, con sus sesgos formales, su simbolismo trillado como los barrotes de la verja del centro de acogida, sus magias nocturnas con una cámara en mano que exalta la piel aterciopelada, la música ondulante de las palabras, la celebración impetuosa de una juventud rebelde, a veces nos aleja de la miseria emocional mostrada.


El problema de esta película es que no da la espalda a la idea de indulgencia o voyeurismo hacia estos seres marginados que se debaten entre la violencia, el ingenio y la desesperación. Nos arroja en una historia contemporánea, deseando transmitir autenticidad, pero la jerga, a veces difícil de descifrar, tarda en crear empatía y emoción. La película testimonia un proyecto de restitución de la lengua dialectal oral, a riesgo de perder a veces al espectador. Unas imágenes mal pulidas dan testimonio deliberadamente de la dura realidad de una isla bañada por colores tornasolados. Estamos a cien leguas de las imágenes de Epinal de las Islas Baleares. Aquí coexisten la violencia y la pobreza. Estas adolescentes no son ni enteramente víctimas ni enteramente culpables.


Sin embargo, la singularidad de la película reside en el hecho de que la ambivalencia allí expresada va a veces acompañada de una sequedad narrativa que va en contra de la idealización de los entornos del inframundo. La película tampoco evita la excesividad ni el sensacionalismo. La ambivalencia de los personajes se refleja en una oscilación entre dos regímenes formales: por un lado, el de la cámara en mano, moviéndose con los cuerpos y acercándose a ellos lo más posible; por el otro, una aproximación más distanciada, expresada a través de planos generales o lentos movimientos de zoom que interrumpen el curso de la acción y evocan esa vitalidad invisible que atraviesa a los tres personajes. Pero los planos se pegan demasiado a la nuca y a las caderas de los actores como si fuera la única manera de estar cerca de ellos, ostentosamente, y no les dejan respirar en el encuadre, sometiéndolos a un punto de vista único que los muestra como animales de feria.
Las chicas de la estación es una película de hoy; lo que nos interesa es la posibilidad de infelicidad que hay en la adolescencia, quizás la edad más aterradora que se puede vivir con su estado de soledad y profunda tristeza. El hecho es que este largometraje tiene tufos de captación clientelista y superficialidad. La cineasta muestra el deseo de seguir las andanzas de sus personajes, pero sin ofrecer un retrato psicológico en profundidad, rechazando así cualquier psicologización de los temas, y las repetidas elipsis, sin mencionar antecedentes explicativos, por ejemplo, no contribuyen a un enfoque aclarador de la película. El entorno no está realmente ambientado y por eso a la directora sólo le queda la opción de una visión maniqueísta y aburrida.
Además, los personajes secundarios aparecen, luego desaparecen para reaparecer fugazmente (¿qué pasa con el novio de Miranda, el jovencito de color acogido por Alex en el centro, el hermano pequeño de Jara, la familia de acogida de esta última?). La cineasta hace todo lo posible para que estemos del lado de las tres adolescentes, haciéndolas glamorosas o queriendo atraer la empatía. Son los padres los que son “necesariamente” odiosos. Juana Macías navega sin ninguna solución real, mientras su película tiene un propósito decididamente comprometido, sobre lugares marginados ante los que una parte de la sociedad prefiere hacer la vista gorda. La película, si realmente constituye una inmersión en el mundo de la prostitución de los menores, es menos un comentario sobre el tema que un estudio superficial de heroínas a la deriva empujadas a la resiliencia. Las actrices imponen cierta combatividad, pero sin matices.



Es una realización que quedará en el olvido con el tiempo, aunque decididamente es digna de reconocimiento. La película no tiene magia y, sin embargo, al tratar un tema serio y actual, provoca en sus últimas escenas el deseo de esperar un mundo mejor. Es una pena que la directora se mantenga más cerca del hecho que de la observación social. Y a falta de un hilo argumental sólido, la historia se desvía hacia longitudes superfluas con su exageración demostrativa que rápidamente diluye el tema y estropea la generosidad del proyecto al hacer gárgaras con clichés trillados, incluso indigeribles, en una puesta en escena estancada en la facilidad.

Estreno mundial en el Festival de San Sebastián el pasado 23 de septiembre
Para ver la versión en francés pulsar aquí.
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