Película de Céline SALLETTE, Francia, 2024
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 98 min.
Año: 2024
País: Francia
Dirección: Céline Sallette
Guion: Céline Sallette. Biografía sobre: Niki de Saint Phalle
Fotografía: Victor Seguin Música: Para One
Reparto: Charlotte Le Bon, John Robinson, Damien Bonnard, Judith Chemla, Jesse Guttridge, Radu Mihaileanu, Quentin Dolmaire, Virgile Bramley, Marie Zabukovec, Eric Pucheu, Grégoire Monsaingeon, Léo Dussollier, Xavier De Guillebon,
Género: Drama. Biográfico. Abusos. Arte. Familia.
Clásica en su forma, sencilla y a la vez confusa, la película de Céline Sallette tiene al menos el mérito de recordarnos que, en cada época, el progreso de las mentalidades encuentra obstáculos y oposición. La directora invita a Charlotte Le Bon a aportar su energía, a menudo radiante, a un papel serio, pintando el retrato íntimo, familiar y artístico de Marie-Agnès Fal de Saint-Phalle, más conocida por su nombre artístico, Niki de Saint-Phalle. La actriz encarna su papel con cierta fuerza, a veces demasiado enfática. La intención de la película es buena: el testimonio de una niña abusada sexualmente por su padre, que causará graves problemas psicológicos en su hija, y la dificultad de la artista para dar vida a su arte, incluso en la sociedad moderna de los años cincuenta.



Sin embargo, la dirección es o bien exagerada o bien plana, creando un desequilibrio entre las secuencias, y podemos sentirnos irritados por ello. Esta puesta en escena inconexa confina a los actores a una actuación que resulta a veces caricaturesca y resta interés al tema. Es una oda a la artista que fue Niki de Saint-Phalle, pero algunos de los intérpretes carecen de cuerpo, aspereza y emoción. Además, el personaje de la propia artista no se trata en profundidad. A menudo su biografía ha puesto de realce su vanguardismo: la película no dice nada al respecto. De ahí la sensación de una película insuficiente porque el arte de Niki, aunque en el corazón de la historia e inseparable de la persona, nunca cobra vida. La película carece de energía y desarrolla situaciones convencionales a pesar de los esfuerzos de los personajes principales, que son creíbles y sólidos, pero están empantanados en diálogos insulsos.



Los numerosos planos y contraplanos son un punto fuerte de la película, que busca recrear los sentimientos de impotencia e ira de la heroína. Céline Sallette, sin duda, busca empatizar con el personaje, de ahí su creencia en la magia del plano y contraplano. Es cierto que Charlotte Le Bon sigue el juego, ostentando toda la rabia oculta en sus gestos, sus gritos— al igual que Damien Bonnard en el papel de Jean Tinguely, pero la película no es una película de arte. La directora busca la modernidad y el romanticismo, y arroja una luz tierna sobre una mujer que no ha elegido el silencio y sana las heridas que han despertado y reavivado su inspiración en cada ocasión. Funciona a veces, no siempre, a pesar de un marco cerrado que realmente crea esa sensación de encierro y asfixia experimentados por la artista.



La directora extrae del rostro de su protagonista una presencia que aspira a restaurar la naturalidad de Niki. Esta naturalidad se encuentra igualmente en las obras de la artista, que lamentablemente nunca se muestran, y esta ausencia genera una impresión de distanciamiento hacia ella. Lo que podemos pensar es que el impedimento para crear que se le impone mientras está internada explica esta evacuación del arte plástico de la película. Los planos solo se acercan a los personajes cuando estos necesitan sincerarse, pero como los momentos de intimidad son escasos, son los planos generales y los travellings los que dominan. Rara vez sentimos ganas de consolar a Niki, aunque quisiéramos explicarle que este ostracismo es más fruto de la ignorancia, de la dominación masculina, que de una locura demostrada. Mantenemos nuestra distancia con el personaje.






Sobre todo, la película traza un drama familiar, un incesto exorcizado mediante un arte terapéutico que libera a la niña convertida en mujer. El arte de Niki se convierte en vector y soporte de la desalienación porque, en este arte, ella es el sujeto. Su arte ya no prescribe una existencia anestesiada ni aislada del mundo. Por eso permanece de pie, apuntando y disparando a sus obras para dejar de escuchar sus gritos internos, para eliminar la conciencia de la infelicidad que experimenta y para finalmente iniciar un diálogo reconciliador consigo misma y con la sociedad. Los personajes masculinos son omnipresentes en el largometraje, mientras que los femeninos se reducen al mínimo. ¿Por qué esta elección? Nos quedamos con las ganas de saber más, y el resultado no está a la altura de la intención. El tema es interesante, pero la película decepciona.






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