Película de Manele LABIDI, Francia, 2025
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 93 min.
Año: 2024
País: España
Dirección: Manele Labidi
Guion: Manele Labidi
Fotografía: Pierre-Hubert Martin Música: Daniel Levy, Norman Plaza
Reparto: Camélia Jordana, Sofiane Zermani, Damien Bonnard, Rim Monfort, Rita Monfort, Jean-Benoît Ugeux, Marie Rivière, Farida Rahouadj, Saadia, Bentaïeb, Clémentine Poidatz
Género: Drama. Familia. Inmigración.
A primera vista, la película resulta atractiva por su original enfoque de su tema principal: ¿cuál es el estado actual de la integración de los inmigrantes en Francia? El guión intriga : Mouna, hija de Amel y Amore, rechazada por sus compañeros de clase, se inventa un amigo que no es otro que Charles Martel, el matamoros, cuyas hazañas su profesora mencionó en clase. Parecía una forma poco convencional de abordar la difícil integración de los inmigrantes. Pero esta curiosidad inicial se desvanece a medida que avanza la película. Si bien tiene sus méritos, también presenta defectos que desmerecen la experiencia general. La decepción surge porque algunas escenas, lamentablemente, suenan falsas y los mecanismos de integración se abordan, aunque de forma bastante superficial.



Sin embargo, con solo un ligero cambio de perspectiva, Manele Labidi hace un sutil alegato a favor de los derechos de los inmigrantes, en este caso una pareja, Amore, argelino, y Amel, tunecina con dos hijas. Sin condenar sistemáticamente al personal administrativo, que a veces es víctima colateral del sistema, la película es acogedora y generosa. También ofrece una observación honesta de una utopía social (Europa como tierra de promisión) confrontada con las duras realidades de la vida, con su racismo cotidiano, sus injusticias, su absurdo y su vacuidad. Intercalada con algunos diálogos humorísticos que apaciguan las situaciones tensas, la película sirve como vehículo para una ira justificada. La de Amel que protesta para aceptar su condición de persona venida a menos en Francia, una condición incompatible con la que tenía en Túnez.


Entre los pudores asfixiantes —los de Amore y su hija Mouna— y los arrebatos histéricos de Amel —la Reina Madre—, la película camina por la cuerda floja, anclada en la dualidad explosiva de su heroína, amurallada por sus aspiraciones incumplidas y encadenada por sus propias posturas. El problema de Reina Madre es que parece confundir a los protagonistas y carece de una narrativa controlada. Ciertamente, a esta familia le cuesta encontrar paz social, alcanzar un atisbo de rutina, normalidad o equilibrio personal, que se desvanece con el paso de los días, pero el tono es demasiado ligero para resultar realmente convincente. Este enfoque de la lucha se ve aún más debilitado por una banda sonora que no alimenta la ansiedad y la aprensión.


La Reina lucha por imaginar un futuro en este país anfitrión tan hostil, para gran consternación de su familia. Esta reina sin corona, atrapada como tantos otros, ha descubierto el lado oscuro del sueño europeo, poblado de esperanzas sacrificadas y fantasmas terriblemente vivos. La inquieta docilidad de Amore se desmorona gradualmente ante la tenaz determinación de Amel. La actuación, a veces sin matices, de Camélia Jordana puede resultar cansina, pero la sinceridad de Sofiane Zermani y la joven Rim Montfort, que evita la sobreactuación, compensa este tono exagerado. Es una película que tiene un poco de todo: es fluida, seria, divertida, grave, confusa, ligera, pesada, consensual y políticamente incorrecta… El tema puede ser interesante, pero el estilo a menudo estruendoso, combinado con algunos momentos lentos, termina por hacernos perder la atención.



La familia tropieza, pero se mantiene en pie, y hay estallidos recurrentes de dignidad por parte de Amel y Amore —en el trabajo para la primera, durante la visita de un piso para el segundo—, así como de Mouna durante la reunión con la maestra. La cámara a menudo filma a los protagonistas de perfil (especialmente a Amel) como si los espectadores estuvieran físicamente a sus lados, pero también junto a su lucha y sus decisiones. Amel es una madre desesperada que se niega a aceptar esta desigualdad legal, y la película se convierte entonces en un drama que juega con los ásperos tropos de la comedia ligera y absurda. El personaje de Amel, con su energía aparentemente insaciable, proviene de un entorno privilegiado en Túnez y arrasa con todo a su paso. Ingeniosa y engañosa, recurre a tácticas turbias, a menudo derribando puertas para conseguir lo que quiere. A menudo sin éxito.



Sin embargo, la caricatura de la administración es forzada: solo aparecen empleados varones que siguen subyugando a mujeres como Amel, pero esta visión resulta ser demasiado subjetiva. Una vez más, la directora, como la Reina Madre, navega entre la trivialidad, los clichés y la sofisticación, la subversión guasona y el respeto por la tradición, porque no puede decidirse. En este pequeño juego, la película a veces demuestra bastante habilidad, aunque su voluntad de ganar en todos los frentes inevitablemente choca con sus propias limitaciones. Es un cine naturalista que captura la vida, la labia y el amor que fluye dentro de la familia. La película es modesta, pero uno no puede evitar pensar que, para algunos espectadores, retrata la vida cotidiana con quizás más relevancia que el discurso sociológico o político y la cámara se detiene en los gestos de esta cotidianidad.

La película tiene sus defectos porque, si bien busca denunciar algo, también se adhiere a la lógica del cine para el público en general, por lo que no es capaz de resistirse ante las tentaciones de un cine más trivial. El guión podría haber estado mejor escrito. La narrativa explosiva a menudo se desvía demasiado para cumplir su promesa. El final sigue siendo enigmático y, en última instancia, la amistad imaginaria entre Mouna y el personaje de Charles Martel parece desprovista de sentido y se relega a un segundo plano. Esta crónica familiar, imbuida de vitalidad y orgullo pretende mostrar sin juzgar, sin dramatizar. Una impresión de déjà vu flota, pero Manele Labidi filma a sus actores con ternura. Hay algo de sobreactuación, sí. Pero tampoco hay nada inventado. La batalla, el ingenio, sí. Pero sin dramatizar demasiado tampoco. En parte Reina Madre puede dar en el blanco en un cine francés aficionado a los dramas sociales.

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