Cine actual: estrenos, recomendaciones y festivales.

Bélico, Biográfico, Drama, HISTORIA

SINJAR (crítica)

SINJAR, película de Anna Bofarull

                                                         Traducción adaptada de Véronique  Gille

Duración: 127 min.

Año: 2022
País: España
Dirección: Anna Bofarull
Guion: Anna Bofarull
Música: Gerard Pastor
Fotografía: Lara Vilanova
Reparto: Nora Navas, Halima Ilter, Iman Ido Koro, Guim Puig, Mouafaq Rushdie, Luisa Gavasa, Franz Harram, Àlex Casanovas, Hennan Bereket, Samia Naif, Mercè Rovira
Género: Drama.

Sinjar es una película básica, una película de aprendizaje-ensayo, un intento valeroso y honesto de realización fílmica. Narra el destino de tres mujeres que no se conocen, de ahí una trama que resulta deshilvanada inicialmente. Sin embargo, el hilo que puede unirlas es fuerte: el integrismo religioso, tema que va reforzándose a lo largo de la película. Se trata de la religión bajo su forma intolerante e implacable que viola los cuerpos, viola las mentes, por eso desde las primeras imágenes el espectador no estará sorprendido de la asociación hecha entre islamismo radical y violencia. Una oración, una violación. La oración del señor, la violación de la esclava (Hadia).

Por cierto, es una situación que desde los años 2000 se ve con frecuencia en las películas y en los documentales (Syngué Sabour, La piedra de paciencia 2012, Wadjda , La bicicleta verde 2012, Mustang 2015, Timbuktu 2014, Esclavas de Daesh-El destino de las mujeres yazidíes 2018, No man’s land 2020,…). La visión de la cineasta sobre el mundo musulmán es sombría, muy sombría –la mayor parte de las secuencias están rodadas en la oscuridad de un atardecer o de un anochecer, en una habitación sin ventanas, etc.- y no deja paso a ninguna rendija de luz simbólica. Se trata de una visión verdadera y sensible, pero que roza un maniqueísmo  tajante y poco matizado. Así unas secuencias a veces recalcan a ultranza el oscurantismo del pensamiento religioso integrista y encierran al espectador en una visión justificada, pero demasiado personal e individual.

Es el principal defecto de la película: no dejarle al espectador ver, luego reflexionar y opinar (y eventualmente actuar). La banda sonora de Gerard Pastor infunde poesía y cierta belleza a las imágenes. Anna Bofarull observa, luego muestra que entre los integristas la enseñanza estriba en la violencia, siempre en la violencia –las violaciones repetidas, las armas, los combates- y no parece que haya respuesta pacífica posible en este mundo miserable. Oscuridad. Oscurantismo. Mundo claustrofóbico. Los personajes vienen presentados en primerísimos planos o planos americanos, lo que les quita cualquier libertad de movimiento, pero también se quita la del espectador “encerrado” en esas imágenes. En aras de un afán didáctico comprensible, la cineasta guía al espectador, pero también lo dirige mucho, quizás demasiado.

La película muestra una carrera hacia la libertad para Hadia, la esclava y Arjin, la militante a fin de escapar la una y la otra del peso arcaico representado por tradiciones mediavales (por ejemplo, el derecho de pernada que “justifica” las violaciones del señor), pero ¿cual es la relación entre la búsqueda de Carlota, madre de Marc, (Nora Navas ofrece una hermosa interpretación de madre desconcertada y perdida frente a la decisión de su hijo) y la carrera hacia la libertad de Hadia y Arjin? Es otra flaqueza del film que no supo o pudo establecer un vínculo muy estrecho entre los personajes. Este vínculo hubiera podido ser que cada una organizara su resistencia, pero esa resistencia tropieza con el sentimiento de culpabilidad que experimentan Hadia por su hijo Elías, de Carlota que no se dio cuenta del adoctrinamiento ciego de Marc y de Arjin después de la muerte de su amiga Samia. Pero ¿se fundamenta una resistencia en la culpabilidad?

Unas secuencias de la película desgraciadamente se han vuelto tópicas hoy día: el proselitismo del señor, el adoctrinamiento de Elías, la violación programada de Hessan, la hija de Hadia. No obstante, la película es necesaria, pues enseña que tradición y modernidad se mezclan de modo subversivo: el móvil se vuelve arma de “guerra” entre la esposa del señor y la esclava. Paradoja total. La cineasta observa, señala, pero no analiza las situaciones vividas y aguantadas por los personajes. Es un film de constataciones de hechos, que no da respuesta ni inicio de respuesta, mientras que el mundo occidental no es inocente frente a la situación de esos tres personajes. Pero cabe reconocer que la cineasta filma con sinceridad.

El papel omnipotente de la religión queda a la zaga, no se pone verdaderamente de realce, aunque transparenta en secuencias previsibles y repetidas e invade el film con sus mentiras y sus tejemanejes. Quizas con más análisis se habrían generado secuencias más emotivas, a veces resultan poco creíbles por la carencia de matices en el discurso fílmico. El Bien y el Mal. Pero también es una película sobre la destrucción, la aniquilación: ¿qué busca Marc con el sacrificio? ¿Qué busca Arjin cuando nos apunta en la última secuencia?

El film es crudo, cierto, cuando muestra esas secuencias perturbadoras, aunque ya vistas. No hay ningún romanticismo, pues la religión no lo es. En este caso solo es opresión y parece rellenar la oquedad de nuestra sociedad, pero ¿merece la sociedad occidental ser aniquilada? ¿En nombre de quién? ¿de qué? Precisamente el interés innegable de la película es interpelar al espectador que lo quiere en tanto que miembro de esa sociedad merced al personaje de Carlota, pero ¿permitirá el pensamiento occidental acceder al pensamiento de Hadia y Arjin? Y si el espectador no quiere ser interpelado, esta película descriptiva también le da la posibilidad de no serlo.

Una película documental a considerar sobre la lucha de las mujeres kurdas se estrenó en 2022 y se programó en el Festival Internacional de Cine y Foro de Derechos Humanos de Ginebra (FIFDH) en marzo de 2022. Se titula Angels of Sinjar y su directora es Hanna Polak.

Para ver versión en francés pulsar aquí.

Dejar una respuesta