Película de Kilian RIEDHOF, Alemania, 2023
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Dirección: Kilian Riedhof
Guion: Marc Blöbaum, Jan Braren, Kilian Riedhof
Director de Fotografía: Benedict Neuenfels
Música: Peter Hinderthür
Montaje: Andrea Mertens
Director de Arte: Albrecht Konrad
Reparto:
Paula Beer Stella Goldschlag
Jannis Niewöhner Rolf Isaakson
Katja Riemann Toni Goldschlag
Lukas Miko Gerd Goldschlag
Bekim Latifi Aaron Salomon
Joel Basman Johnny
Damian Hardung Manfred Kübler
Gerdy Zint Walter Dobberk
Nacionalidad: Alemania
Duración: 120 minutos
Genero: Drama. Histórico. Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día es fácil imaginar a una Alemania curada de la caza, un país cansado de la exclusión. Pero la película de Kilian Riedhof, Stella. Víctima y culpable, nos revela que continúa cazando su pasado. Por ser judía alemana, Stella Sara Kübler será despedazada por los engranajes helados del régimen nazi. Con su propia complicidad. En el origen de tal tema: la Segunda Guerra Mundial vista desde Alemania, donde reinan la denuncia y la traición. Las de una judía contra su comunidad. La película presenta a una mujer que es una metáfora de una comunidad en destrucción en un país igualmente destruido en este período mortal. Entre un minucioso realismo y un cuestionamiento atemporal de la condición humana cuando rige el instinto de preservación-conservación, el cineasta no va más allá de la crónica histórica. Su personaje Stella, en realidad Stella Goldschlag (1922-1994), deja en la memoria un sabor amargo de polémica.



¿Víctima? ¿Culpable? ¿Por qué no simplemente responsable? Esta película es interesante porque es capaz de mostrar la decadencia moral: de hecho, para salvar a sus padres de una inminente partida a Auschwitz, Stella acepta denunciar y se convierte en la representación de la cuestión de la preservación-conservación bajo un régimen que hace del concepto de denuncia el marco esencial de su sistema. Se acumulan informaciónes truncadas, distorsionadas y mentiras. Todo está exasperado. Al parecer, lo que le importa al director es el camino hacia la destrucción de esta joven cantante de swing jazz cuyo grupo tenía un futuro prometedor. Antes. Y ese antes ya no existe. Stella quiere el ahora para preservar a sus seres queridos, pero también para preservarse a sí misma. Y una vez que sabemos esto, la empatía con ella ya no funciona. Sabemos muy bien que la guerra es brutal e insensata y el eje de la película es justamente la sumisión de la gente a los acontecimientos, pero ¿deberíamos someternos a ellos? ¿Y cómo?



Inicialmente Stella hace de resistente ayudando a sus compañeros judíos a obtener pasaportes falsos para escapar, pero decide colaborar con la dictadura nazi. Denunciar se vuelve su canción crepuscular. Stella quiere salvar a sus padres de una muerte horrible, pero este deseo es el punto de partida de una cobarde complicidad con el enemigo. Su condenación. La primera parte de la película muestra a una mujer joven, casi adolescente, mimada, escuchada, admirada, de belleza aria. Sin embargo, cuando los golpes empiezan a llover sobre los bonitos rasgos de su rostro, lo que queda es el rostro hinchado de una mujer judía que, poco a poco, se convierte en amante por la noche, elegante durante el día buscando protegerse a sí misma. Ya no intenta cuestionar su conciencia. Todo se enreda, todo se confunde: las personas se dislocan y el sufrimiento es a veces mal consejero. Una de las personas cercanas a Stella, Aaron Salomon, músico de su grupo, al principio incrédulo, luego asqueado por la actitud de Stella, interviene como una recurrencia de este sufrimiento. Es la mala conciencia de Stella que se hunde en un abyecto bienestar moral y mental.


Stella ríe, estalla, llora, se entrega, se maquilla para ocultarse mejor, pero es incapaz de establecer contacto con los demás. Deja de lado lo humano y las numerosas escenas plano y contraplano lo reflejan, particularmente en las escenas de bares que son lugares propicios para citas y… arrestos. Representación y contradicción: las aberturas son aniquiladas por un entrelazamiento de puertas, las manifestaciones de alegría son atenuadas por un detalle morboso, la sensualidad es falseada por deseos ocultos. Stella es al mismo tiempo la santa, la apasionada, la cortesana, la materialista, la esperanza y la muerte. Múltiple y turbia, símbolo de esta época. En muchas escenas camina, corre. Ella avanza, imperturbable y sin moral. El papel es difícil de asumir y Paula Beer no brilla mucho en él, porque le falta naturalidad y tiene una interpretación sobreactuada de actriz protagonista. La película funciona como una novela en la que el guionista hubiera tallado con un hacha: más de cincuenta años de una vida, 1940-1994, contados en dos horas con muchas elipsis. Pero las fechas ayudan a estructurar esta historia perfectamente lineal en la que Kilian Riedhof utiliza los ingredientes del drama (alegría, tristeza, esperanza, desesperación, incomprensión, etc.), pero los entrelaza y modifica su significado.
De año en año, Stella sube y luego se hunde. Está sola frente a los acusadores de su ignominia filmada por el encuadre simbólico de su rostro. Lo que queda en la memoria es sin duda la creación del retrato de una mujer casi balzaciana en el sentido de que pone toda su energía en lograr un único objetivo: su preservación y en cierto modo, Stella destaca que las mujeres pueden ganar poder. Pero no nos conmueve porque la película pierde mucha de la fuerza que podría haber tenido al darnos cuenta de que el realismo sólo representa un aspecto de la película. El sesgo de Kilian Riedhof no es el realismo documental. A través de una sucesión de acontecimientos argumentales, se trata de pintar el retrato de Stella Goldschlag: Stella chica amante, Stella resistente, Stella que juega sus encantos con los hombres, Stella informante y colaboradora, Stella rica y arrogante. Un retrato mosaico hecho de collages: la empatía que podría haber funcionado en las primeras escenas de la película se desvanece y desaparece como un soufflé.


Paula Beer da la respuesta a muchos compañeros convincentes y por eso la impresión general de la película es bastante positiva, porque también el film hace visible, en parte, la subyugación en el corazón de las relaciones humanas. Durante su juicio en 1957, Stella se apresuró a reprimir su culpa bajo los adornos cosidos por su defensor. Aunque está orgullosa de haber asegurado su supervivencia, comete el error de creer que fue ella quien repartió las cartas, sin saber, pero habiendo hecho todo lo posible para no saberlo, que era objeto de una transacción sórdida. Se vende tal quien pensaba que vendía. O cómo una protagonista femenina creía que tenía un alma que podía albergar tanta lealtad (hacia sus padres, que finalmente murieron en Auschwitz) como traiciones (hacia sus amigos y su comunidad). En este sentido, Stella es víctima expiatoria, pero también verduga.


A través de su austera puesta en escena, el cineasta no siempre ha dotado a la historia de una atmósfera inquietante, de una visión profunda porque, hoy en día, conocemos mucho la atmósfera con acentos angustiosos de este período histórico, lo que le confiere una falta de poder frente a la barbarie nazi. Asimismo, el ritmo acelerado de los acontecimientos genera un estado de sorpresa, incluso de desconcierto y desasosiego cuando conocemos la realidad del conflicto y su lentitud. El travelling hacia delante y hacia atrás da movimiento y corresponde a la expresión de una duda, de una idea, de un impulso instintivo. Sin embargo, a veces los personajes se reducen a su simple expresión y sólo tenemos un recuerdo bastante pálido de ellos. Los colores de las secuencias exponen su potencial emocional y afectivo. Pocos tonos cálidos en los interiores -apartamentos, oficinas, bares-, pero un azul frío, el de los trágicos momentos de crueldad y muerte de la narración predominantemente realista. Gris, beige, marrón, luego negro, blanco lívido, salpicado de manchas de sangre. A veces los tonos más violentos (rojos y verdes) evocan el clima de descomposición moral de un mundo. Toda ternura, toda melancolía conmovedora ha desaparecido.


Podemos imaginar que hasta 1994, la verdadera Stella Goldschlag vivió en el letargo de un universo desafectado, un universo de supervivencia donde nadie se encuentra con nadie, como si estuviera envuelta en una frialdad que congela las emociones. No liberada de su responsabilidad – ¿su culpa? -, morirá siendo una mujer libre de su elección, porque la victoria sólo pertenece a la muerte.
Para ver la versión en francés pulsar aquí.
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