Película de Fernando Franco, España, 2025
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 115 min.
Año: 2025
País: España
Dirección: Fernando Franco
Guion: Begoña Arostegui, Fernando Franco. Novela: Marcelo Luján
Fotografía: Santiago Racaj Música: Maite Arroitajauregi
Reparto: Julia Martínez, Diego Garisa, Nacho Sánchez, Sonia Almarcha, Itzan Escamilla, Gerardo de Pablos, Jorge Cabrera, Lucía de la Puerta, Iñigo de la Iglesia, Elvira Cuadrupani, Helena Zumel
Género: Thriller. Drama
La película Subsuelo del cineasta español Fernando Franco nos sumerge en un duelo fratricida y un drama familiar profundamente enfermizo. Explora, sin profundizar del todo, el tema del amor. ¿Existe una razón válida para odiar a alguien más allá de uno mismo? Esta pregunta surge a lo largo de la película y perdura mucho después. Entre el melodrama y el thriller, Franco intenta iluminar un manantial de emociones reprimidas y, en cierto modo, innova con la naturaleza mórbida de los personajes, que no ofrece consuelo alguno. Es un drama íntimo, pero no conmueve profundamente al espectador. Muchos temas están presentes en esta película —la familia, la perversidad, el peso de la herencia, la culpa, la ambivalencia de los sentimientos— que resuenan como una serie de narrativas dentro de este duelo y las bien dirigidas y matizadas interpretaciones de los dos actores.


En este largometraje, no hay proyección hacia un futuro diferente. El odio se vuelve tenaz. El desprecio que se desarrolla gradualmente entre Eva (Julia Martínez) y Fabián (Diego Garisa) puede separarlos, pero también es lo que los une, además de su condición de gemelos. Es lo que los sostiene, lo que los anima, incluso en la autodestrucción. La película a veces flaquea, amenazando con hundirse con sus escenas predecibles y diálogos trillados, sin estar nunca del todo segura de lo que se atreve a contar y mostrar, ni de los recursos narrativos que emplea. Y esta incertidumbre puede resultar agotadora. La atmósfera es densa, y el impacto narrativo se ve lastrado por un ritmo irregular. Fernando Franco cuenta una historia, pero no la explica. Su película, cuyo objetivo es olvidar momentáneamente el cine para hablar finalmente de la vida, indefensa y desprotegida, hace lo contrario.


Sin embargo, también es cierto que hay escenas logradas en la forma en que el cineasta retrata de manera convincente sentimientos como la mezquindad perversa, los celos, la envidia y la negatividad, al conseguir desarrollar persuasivamente estas viles emociones. Quizás sea una historia de amor que articula el sentimiento de odio porque sus personajes no pueden amarse, y el secreto innoble que pesa sobre su conflictiva relación contribuye a ello. La ambigüedad de la película reside en que, en realidad, no tiene secretos, y el director se apoya demasiado en los giros argumentales, especialmente en el caso de sus dos protagonistas. Fabián provoca nuestra completa antipatía porque está consumido por los celos, la frustración y la perversidad, y rápidamente se vuelve inerte y aburrido. Por lo tanto, experimentamos cierta ambivalencia, ya que podemos aplaudir el enfoque experimental de Fernando Franco, pero lamentamos un conflicto fraternal que carece de verdadero significado.


La película comienza de forma directa: las escenas iniciales son claras, pero después, evade constantemente las razones de los acontecimientos. Lo que sí es cierto es que parece sugerir que amar y odiar son casi equivalentes. Pero esto acaba por dar vueltas… Parece que cada diálogo debe ahondar en la psique de los personajes, y el espectador puede llegar a cansarse fácilmente durante esta película cargada de neurosis. El abismo entre hermano y hermana es vertiginoso, y un torbellino de ajustes de cuentas los impulsa hacia la tan esperada confrontación. Es una lástima que la película no termine con ninguna explicación real para evitar una conclusión torpe. Relación incestuosa, complicidad materna: las escenas finales se esfuerzan demasiado por dotar a la película de una amplitud narrativa que en realidad no tiene.

Temáticamente relevante, Subsuelo queda cubierto por la innegable escalada del odio que no se puede negar en la pantalla, pero el efecto baja tan rápido como la espuma. La película es un esbozo que reduce la relación fraternal al odio entre Éva y Fabián, una relación definida únicamente por este sentimiento implacable. Esta oposición eclipsa la presencia de sus parientes —Mabel, Anna, Ramón— que permanecen alejados. Al centrarse cada vez más en las figuras de hermano y hermana, la estructura dramática reduce la familia a esta única relación, y este sentimiento sofocante revela la relación de los protagonistas con el mundo: el odio se apodera por completo. La película termina con un final abierto y una sensación de cierre: el duelo. Un viaje en círculo cerrado.

Se necesitan paciencia y tenacidad para seguir a esta familia, tan fea y desfigurada por el odio. En este sentido, la película podría criticarse por estar tan cargada de dramas perversos en ciertos momentos que resulta difícil de soportar. Pesada y opresiva, no ofrece ni perdón ni reconciliación con uno mismo.
SUBSUELO – Crítica_ versión en francés
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