Película de Ronan Tronchot, Francia, 2024
Crítica de Véronique Gille, traducción adaptada
Duración: 93 min.
Año: 2024
País: Francia
Dirección: Ronan Tronchot
Guion: Ronan Tronchot, Ludovic du Clary
Fotografía: Antoine Chevrier Reparto: Grégory Gadebois, Géraldine Nakache, Lyès Salem, Anton Alluin, Jacques Boudet, Noam Morgensztern, Françoise Lebrum, Sarah Pachoud, Daniel Tarrare, Christophe Tek, Bruno Le Millin, Gaïa Warnant, Nicolas Gachet,
Música: Damien Tronchot
Género: Drama. Religión. Paternidad.
Un buen padre es una película honesta y sincera sobre la necesidad de creer en una realidad superior que mezcla el amor filial y la fe sagrada en nombre de la certeza moral con una interpretación actoral muy sencilla y sin pretensiones. El padre Simón, sacerdote de un pequeño pueblo del centro de Francia, recibe la visita de Luisa, con quien tuvo una breve relación mientras aún estaba en el seminario. De esta fugaz relación nació Aloe, a quien Simón no conoce. Este encuentro perturba su vida sacerdotal cotidiana, pero ¿ser padre es realmente un obstáculo para seguir ejerciendo su sacerdocio con sus feligreses como tanto desea? Éste es el dilema que carcome a este devoto sacerdote, muy bien interpretado por Grégory Gadebois.



El padre Simón es un héroe que duda, vacila, persiste, se equivoca, pero su búsqueda caótica es la única digna de su hijo. Desafía a otros sacerdotes en su propio terreno, el de la religión. Al principio, Simón pierde el control cuando descubre a este hijo desconocido. Pero cada nuevo encuentro con Aloe al contrario lo acerca a la conversión, y su resistencia cede ante la intransigencia de la Iglesia. La película presenta un guión sencillo y sobrio, sin ninguna búsqueda de estética, con unos pocos símbolos que trazan en línea punteada el recorrido de la película, como este Cristo tendido en una furgoneta tras su desprecintado, abandonado en un rincón de la iglesia, como un cuello sacerdotal asfixiante quitado, por aparentemente insoportable.


Un tema importante de la película es la tenacidad de los personajes: la resistencia del Padre Erwann y del Vicario General (la del Arzobispo es menos evidente) se ve correspondida por la obstinación de Simón, quien no cede ante los argumentos de sus pares mientras se niega a abandonar su benevolencia y persiste en su camino de intercambio teológico. Así en Un buen padre se evocan los problemas fundamentales que se plantean hoy a la Iglesia, como el de la vida privada de los sacerdotes. Pero también recuerda la compleja relación de la época actual con ella a través de personajes secundarios bastante logrados: Amine, sacerdote y compañero de casa de Simón, el arzobispo Monseñor, bondadoso y resignado, el ama de llaves Rozenn, comprensiva y tolerante, la joven Marion, víctima de esta fe que se impone, Louise, la madre de Aloé.


Todos ellos encarnan un aspecto de la relación que Simón cultiva con la Iglesia y todos dan testimonio de una humanidad que duda o se siente culpable ante los dogmas católicos. La película pone de relieve sobre todo las debilidades de una Iglesia incapaz de adaptarse, y por tanto de comprender y de escuchar, y que vive entre dos mundos que parecen estar separados por todo. La sutil interpretación de Grégory Gadebois revela claramente el recorrido psicológico seguido por el sacerdote. Fundamental e ideológicamente creyente, ve sus convicciones destrozadas por el contacto con sus colegas. Sufre especialmente porque el encuentro con su hijo fortalece y revela aún más su misión apostólica. En cuanto a los verdaderos sentimientos de Simón hacia Aloé, el guión y la dirección son lo suficientemente hábiles como para primero crear dudas y luego borrarlas.


Alternando diálogos tensos y directos con silencios sugerentes y centrándose en planos de rostros o de objetos fugaces pero reveladores (vestiduras sacerdotales, cruces, misales, etc.), el director quiere acercarse a la verdad. Géraldine Nakache, en el papel de Louise, muestra sinceridad y encuentra aquí un bello papel de mujer agotada y cariñosa mientras que Grégory Gadebois rompe rápidamente su imagen de sacerdote irreductible y adopta fácilmente un registro más íntimo. La película hace del obstáculo, paradójicamente, la condición de su progreso, ya que la relación entre Simon y Aloé descansa en un movimiento dramático -el encuentro de dos seres- que será llevado hasta su conclusión. Como ejemplos de guión, un plano-contraplano que corta en dos una habitación, el marco de una puerta, el pesado pórtico de la iglesia: el encuentro sólo puede realizarse parcialmente a costa de una distancia que la película mide y remodela tacto a tacto.


Sin embargo, es cierto que este largometraje no siempre demuestra fluidez y precisión. Hay algunos fragmentos aislados que el director mezcla en una serie de fundidos a negro, pero esta estructura inestable se puede explicar por las brechas en torno a las cuales se estructura la historia. Por una parte, la brecha en el corazón de la construcción dramatúrgica, que enfrenta a dos personajes que no se conocen, y por otra parte, la brecha provocada por la naturaleza de la puesta en escena, cuyo entorno místico se encarna en detalles concretos. Lo cierto es que la película sabe incluir dentro del montaje la dimensión espiritual y psicológica que caracteriza las entrevistas entre Simon y los demás personajes. Su deseo se proyecta a su alrededor, reconociendo la imposibilidad de su realización. La cruz colocada delante o detrás del sacerdote constituye la materialización de su grillete. Los feligreses llaman a Simón “mi Padre”, por lo que Aloe tiene derecho a llamarlo “Papá” y es esta concepción verbal de la encarnación, a pesar de las aproximaciones de las que pueda adolecer la película por otra parte, la que da valor a Un buen padre.

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